Verano en Baden-Baden
I
"Doctor, nunca le permitirán
emigrar". La onda expansiva del Gran Terror estalinista vencía el tiempo y
alcanzaba a Leonid Tsypkin en 1982 ante la oficina de visados de Moscú. Por
tercera y última vez le negarían el permiso para viajar fuera de la Unión Soviética.
Hijo de padres judíos, médicos, la madre especialista en tuberculosis pulmonar
y el padre en cirugía ortopedista. En 1934 Boris Tsypkin, su padre, fue
apresado bajo cargos caprichosos por el régimen. Pudo salir en libertad por la
influencia de un buen amigo. Dos tíos y una tía de Leonid morirían como
millones por un mundo mejor que solo los comunistas pueden hacer una hermosa
realidad. Desde entonces y con tan solo quince años el futuro doctor, cuyas
investigaciones harían posible la introducción en la URSS de la vacuna contra
la polio, tendría muy claro que la revolución es la organización del Mal.
El motivo por el cual nunca se le permitió
viajar fuera de territorio soviético fue la migración en 1977 de su único hijo,
Mijail, hacia los Estados Unidos. Suficiente para que Leonid Tsypkin fuese
considerado sospechoso, degradado en su cargo, y rebajado el salario en un
setenta y cinco por ciento. De investigador en el Instituto de Poliomielitis y
Encefalitis Viral de Moscú, a subordinado y marginado de toda investigación.
Nadie quería trabajar junto a un "indeseable". Su hijo Mijail y su
esposa Elena se habrían largado del paraíso proletario por un motivo que ha
sido opacado por tanto horror y porque fue la Alemania nazi la que hizo de
aquel política de Estado: antisemitismo. Comenta Martin Amis en su
imprescindible Koba el temible. La risa y los veinte
millones (Anagrama, 2016) que poco
antes de la muerte de Stalin ya se había presentado un plan de exterminio judío,
quizás su muerte lo desarticuló. Pero hubo víctimas, entre tanto apátrida
muerto la persecución y asesinato de judíos por los rojos siempre fue un asunto
injustamente secundario, como si el exterminio judío no tuviese popularidad
entre los comunistas.
Aunque Leonid Tsypkin no pudo abandonar
nunca aquella tierra de sangre, sí lo hizo un libro que escribió entre 1977 y
1980. Verano en Baden-Baden (Seix-Barral,
2005) es sin duda una novela excepcional y no solo por la historia de su suerte
sino por la portentosa prosa, estructura y personajes que la conforman. A
Leonid lo impulsaba otra pasión fuera de los laboratorios. La literatura rusa.
Especialmente Dostoievski. Esta novela narra varias historias de amor. La
primera de ellas es la que hace posible la narración, el amor a los libros. El
narrador (el propio Tsypkin) ha tomado de la biblioteca de su tía un libro en
condiciones deplorables: "(...) lo llevé a encuadernar porque era muy
antiguo, casi se caía a pedazos —el encuadernador guillotinó las páginas de tal
forma que han quedado perfectamente iguales y las encerró entre unas cubiertas
duras en cuya tapa pegó la primera página, la portada con su título— (...)"
Y asegura que no tiene intenciones de devolvérselo a la dueña. Así que la
narración comienza con la confesión de haber robado un libro. Lo leerá en el
tren que lo llevará a los lugares recorridos por su otro amor y será la que
constituya otra de las historias: Dostoievski. Leonid Tsypkin admira
profundamente al autor de Crimen y castigo,
lo ha leído con una atención obsesiva, y pretende seguir sus pasos y los de sus
personajes (calles, habitaciones, bares, cafés, antros, etc.). Llegó incluso a
reunir una cantidad considerable de fotografías que en un inicio pensó poder
incluir en el libro (a la manera en que posteriormente lo haría Sebald en los
suyos). El libro que tiene en sus manos el narrador contiene la historia de otro
amor: el del matrimonio Dostoievski. Son las notas del diario de la segunda
esposa de Fiodor, Ana Grigorievna, quien conocería al escritor cuando se
presentó en su casa para optar por el trabajo de taquígrafa. Estas historias
reunidas en un poco más de doscientas páginas son un prodigio literario.
II
La narración se desarrollará en dos
niveles. Uno en primera persona que irá dando cuenta del viaje desde un
presente que suponemos es el del propio Leonid Tsypkin quien viaja desde Moscú a
Leningrado, y el otro en tercera persona que seguirá el recorrido del
matrimonio Dostoievski (y de sus personajes) hasta la habitación en donde el
escritor fallece. El tránsito entre ambas historias no se siente
ante los ojos del lector, fluye como una suerte de ensoñación en el que los
detalles de cada viaje son descritos con precisión, detenimiento, fineza,
delicadeza y atención inusual. El narrador cuenta los cuatro años, entre 1867 y
1870, durante los cuales el matrimonio recorrió varias capitales de Europa.
Este viaje no es solo un desplazamiento geográfico, es, en primera y última
instancia, el viaje a la profundidad del alma dostoievkeana,
una profundidad imposible de referir en una nota, una profundidad explayada en
miles de páginas de su obra, y condensada en este hallazgo que es Verano en Baden-Baden.
El pulso de la narración es sostenido,
parece recrear el traqueteo de los rieles bajo el tren; es una narración
febril, que no da tregua al lector, (en doscientas páginas solo hay trece
puntos y aparte): las andanzas del matrimonio entre vagones de distintos
trenes, los encuentros con extraños personajes en las calles, los hoteles, las
casas de juegos, todo es conflictivo para Fedia (que así lo llama dulcemente
Ana Grigorievna), el impulso del ludópata que cree que en cada intento logrará el
triunfo y el dinero necesario solo para seguir jugando, el empeño de los
objetos más valiosos, material y sentimentalmente significativos (anillos de
boda, abrigos, joyas, etc.), los reencuentros entre los amantes luego de las
discusiones que terminarán en ataques epilépticos de Fedia, y Ana que lo
protege de sí mismo, que acaricia su barba, que comparte y se desvive ante las
caídas anímicas de Fedia, el maltrato sufrido por la indómita genialidad de
quien necesita hundirse para vivir: "(...) él empezaba a perder y cuanto más
seguía un sistema, tanto más perdía, —y cuando no lo utilizaba, perdía igual— y
corría a casa para coger dinero y probar de nuevo, pero lo perdía todo y otra
vez corría a casa a por dinero —este comportamiento se parecía a lo que en
medicina llaman flaqueza irascible, cuando cada tentativa provoca una frustración
mayor que la anterior y, al mismo tiempo, un anhelo obsesivo de repetir la
tentativa— (...)" [será acaso lo que todo revolucionario zascandil
padece]. En este recorrido de enfermedades, adicciones, desesperación, pobreza
y huidas, Ana Grigorievna irradia un incontenible amor hacia Fedia, es el
personaje cuya fuerza mantiene el carácter voluble del genio literario dentro
de los límites de la frágil cordura. Ana Grigorievna es el centro de gravedad
de estas historias de amor. Este libro no es sobre Dostoievski como lo es sobre
quien lo amó incondicionalmente [y en esta verdad se encuentran tanto Ana
Grigorievna como el propio autor, quien a pesar del explícito antisemitismo del
escritor no puede sino admirarlo con desmedida afección]. "Si hay amor
puede prescindirse de la felicidad".Y como Leonid Tsypkin es un amante de
la literatura rusa (poco podrá leer en traducciones de otras lenguas), el
lector encontrará una galería de escritores que serán el trasunto de sus
propias creaciones: Turgueniev, Goncharov, Pushkin, Tolstoi, Oblómov, Aliosha,
Raskólnikov, Mishkin, entre tantos otros personajes, y Pasternak, Tsvetáieva,
ante los cuales Fedia [y el propio Tsypkin, por los dos últimos] expondrá sus
miserias y rivalidades, deudas y afectos.
La onda expansiva de la maldad roja no
pudo alcanzar la obra de este doctor que quiso ser escritor. Sus libros se
publicarían en más de una decena de idiomas póstumamente. Verano
en Baden-Baden está considerada una de las grandes obras literarias
del siglo XX. La edición de Seix-Barral incluye un texto que le dedicó Susan
Sontag publicado en la colección de ensayos Al mismo
tiempo (Literatura Mondadori, 2007) y es una pieza hermosa que
introduce al lector en este triunfo de la literatura que es el libro de
Tyspkin. Y es tal porque justo cuando fue posible que su hijo Mijail lograra
publicarlo en un semanario ruso en Nueva York, Leonid moría el mismo año, 1982,
de un ataque al corazón, a los cincuenta y seis años, desplomándose sobre el
escritorio donde se dedicó a la creación literaria sin pensar nunca en
publicar. Así que, aquella negativa de la cazurra oficina de visados soviética,
fue derrotada al otro lado del mundo por quien sabía que Leonid Tsypkin solo
podría salir de aquella opresiva cárcel ideológica convertido en libro.
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