El nihilismo
I
En la novela Padres
e hijos, de Iván Turgeniev, el personaje Bazarov "vive en una
opulenta indiferencia frente a lo que está sucediendo al pueblo". Esta es
una de las primeras emergencias de la noción nihilista (que no nihilismo) en el
panorama intelectual ruso, y que luego se extendería con un carácter negativo
(no sin razón) por todo occidente. Bien podría definir una forma de estar en el mundo que permearía a la sociedad desde
el siglo XIX hasta nuestros días con una fuerza silenciosa que ha socavado los
cimientos sobre los que se funda la civilización occidental. Dostoievsky vería
la disolución de los valores y cómo esta conduciría hasta el crimen y la
perversión. El nihilismo estaría anclado en el nacimiento de la edad moderna:
con Descartes y el subjetivismo "egológico" como lo señala Barbey d’ Aurevilly.
La nueva cosmología habría desconcertado ya a Pascal, sumiéndolo en un
"espanto" metafísico ante la inmensidad de un universo que ignora al
hombre. El nihilismo bien podría constatarse con tan solo asomarse por la
ventana y ver unos minutos ese afuera que ha desterrado toda instancia de
orden. [Si nos quedamos con lo que define a Bazarov, nihilistas es lo que sobra
por estos lugares.]
El filósofo italiano Franco Volpi, catedrático
de la Universidad de Padua, invitado a la universidad Witten Herdecke de
Alemania, y de otras importantes casas de estudio en Europa y América, editor
de la obra de Heidegger y de una de las enciclopedias de filosofía más
importantes que se haya publicado recientemente (Herder, 2011), aborda el
termino nihilismo más allá de sus implicaciones etimológicas y lexicales para
hacer un recorrido en dos direcciones —tanto más para bien que para mal— que da
cuenta de cómo esa "obsesión por la nada" ha estado implicada en el
pensamiento occidental desde Parménides hasta la modernidad y cómo cree que se
superará en el futuro cercano si se toma en cuenta la caducidad que le decretó Nietzsche
(un par de siglos), asignándole una significación positiva que insta a su
propia superación. El nihilismo (Editorial
Biblos, 2011; Siruela 2010), es un ensayo riguroso que le sigue la pista a esa nada que ha sido el correlato del pensamiento
occidental desde los presocráticos hasta Heidegger y Jünger. Dos mil quinientos
años en los que, solapada por mucho tiempo, esperaba el momento justo para
aparecer con nombre propio y ensancharse hasta cubrir con un manto de angustia
a toda la humanidad (Jünger consideraba el nihilismo como universal y no solo
una manifestación del espíritu de los tiempos en occidente), e instar a
repensar la tradición de pensamiento de la civilización hasta "hacerse
ver" —esa nada— en los que otrora fueron los sólidos pilares de un
hemisferio: la cultura grecolatina y judeocristiana. El nihilismo pudo haber
sido el polizonte que decidió enfrentarse al agente ferroviario que le exigía
el ticket, expulsándolo del vagón como occidente ha expulsado valores hasta
anularlos y haciendo de la incertidumbre y el desasosiego la norma, perdiendo
rumbo y finalidad.
Franco Volpi, con erudición y claridad
meridiana vincula, crea caminos de encuentro donde se dan encrucijadas,
transita rutas en las que explica el desarrollo de la noción de la nada hasta
desembocar en los paradigmas místicos de Heidegger, y el optimismo de Jünger,
quien tenía fe en que el espíritu no sucumbiría ante la técnica (factor para el
pensador alemán de un nihilismo que debería superarse, porque la nada solo deja
un vacío que debería llenarse); ambos pensadores coquetean alrededor de esta
noción de trascendencia, con diferencias complejas que Volpi logra esclarecer.
Se pasea por un nihilismo cercano al existencialismo y al derrotismo, en Sartre
y Camus, Ciorán y Caraco respectivamente; por la idea de progreso y el carácter
orgánico de las sociedades y por lo tanto de la historia como ciclo en
Spengler; la racionalización e intelectualización de las que hablaba Weber y
que desencantan al hombre ante el mundo; y la búsqueda de recursos alternativos
a la calle ciega de la racionalidad en el arte, los nombres de Thomas Mann,
Robert Musil, Stefan Zweig, Hermann Broch, Gottfried Benn, se encuentran en
estas páginas que exigen relectura y un cuaderno de notas que luego será solo
una nota galerada de un compendio inagotable de conocimiento; le dedicará mucha
atención a Nietzsche, a quien no abandonará a lo largo de casi doscientas páginas
de vértigo y lucidez que le transmiten al lector —hasta donde la propia
capacidad, paciencia y asombro se permita— una sucinta historia del pensamiento
condensada en un solo capítulo: el intento por dar respuesta al porqué en algún
momento el hombre comenzó a echar de menos el sentido, y no encontró respuesta
al ¿para qué? atestiguando con ello que "el nihilismo ya estaba a las
puertas". Y terminó por apropiarse de toda la casa.
II
Cuando el nihilismo deja de ser un
anuncio, una advertencia o una amenaza para instalarse en toda la sociedad, los
engranajes que hacen posible el tejido social mutan, cambian, se retuercen, se
hacen maleables, intercambiables, gaseosos, líquidos. El desvanecimiento de
fundamentos normativos que den cuenta del orden crea desasosiego,
incertidumbre, vértigo, náusea, y la angustia hace que el hombre busque refugio
en el adormecimiento de la capacidad de juicio, en el ablandamiento del pensamiento,
en la derrota y negación de la tradición, de la propia humanidad. No es tanto
una invasión como un desalojo, un vaciamiento que podría reconducirse hacia un
reordenamiento del hombre en el mundo, pero la propia condición de indigencia
espiritual termina por conducir a los hombres a las tiranías, sean del signo
que sean. Qué más da.
En El nihilismo
Franco Volpi, en el
camino del pensamiento que filósofos, narradores, ensayistas, intelectuales en
fin, han arado hasta nuestros días para señalar este estadio espiritual, se
detiene en la fascinante figura de Carl Schmitt, para quien hay un vinculo
entre nihilismo y utopía que podría arrojar luces sobre la práctica política
del siglo XX y el incipiente y desconcertante siglo XXI. Porque la secularización
y la técnica no tienen lugar en el cual echar raíces desde la ficción de la no
existencia de Dios, de esta manera anota Schmitt: "como único criterio
practicable para una individuación de lo 'político' queda la desnuda y cruda
contraposición de 'amigo y enemigo', donde por enemigo no se entiende el inimicus, o sea, el que alimenta sentimientos
hostiles en el plano personal, ni el rivalis,
es decir, el competidor, ni el adversarius,
vale decir, el adversario en general, sino el hostis,
el enemigo "de la patria", público, político, aquel que es
simplemente 'otro' y que en su alteridad irreductible exige ser enfrentado en
la única disposición adecuada, la estratégico-conflictiva de la lucha";
cabe recordar que Schmitt llegó mucho más lejos en su filiación nazi que
colegas como Heidegger y Jünger al convertirse en el legitimador jurídico del
Tercer Reich [la inmediata referencia contextual de esta cita señala —entre
muchas otras linduras— la cercanía consanguínea entre el nazismo y el
comunismo, primos hermanos ideológicos nihilistas cuyas semejanzas superan las
diferencias hasta darse un abrazo fraterno y criminal entre ellos].
Nihilismo y libertad, nihilismo y
relativización, nihilismo y literatura, nihilismo y ser, nihilismo y el fin de
la historia. Tales binomios los aborda Volpi con rigurosidad y erudición al
servicio del entendimiento y deja en el lector la sensación de haber leído una
obra monumental, cuando en realidad no supera las dos centenas de páginas, tal
es la profusión de datos, reflexiones, apreciaciones, citas, referencias de un
libro que será releído como lo exigen los buenos libros, y que conforman un árbol
cuyas ramas agitan y dan a los hombres sombras que pueden proteger y también
atemorizar, porque el nihilismo comparte dos naturalezas, una como fuerza
destructiva —que quizás sea la más extendida— y otra como posibilidad de
renacimiento, porque si Dios ha muerto, la responsabilidad sobre los hombres de
los propios hombres es urgente. Si no hay fin, unidad ni verdad, se inhibe toda
trascendencia, pues entonces "el desierto crece", y la amenaza de los
totalitarismos se convierte en certeza inminente. Habrá que crear oasis aunque
se insista en que de la nada, nada procede.
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[No sé cuál relación pueda existir entre
la forma de morir de un hombre y la cualidad espiritual que lo constituyó.
Seguro una mirada más aguda podría trazar hilos conductores entre la llegada
del fin y el sujeto incapaz de esquivar la contingencia. El italiano Franco
Volpi fallece en 2009 a los 57 años, luego de que, mientras conducía bicicleta
en una calle de San Germano dei Berici (noreste de Italia), un automóvil se pasara un alto y
embistiera al filósofo causándole heridas cerebrales fatales. Otro filósofo
italiano, Francesco Cataluccio ha escrito acerca del uso de la bicicleta como
un signo de madurez en el que el usuario toma conciencia del camino recorrido,
del tiempo del desplazamiento, del cuerpo como motor que por su propia fuerza
impulsa el vehículo, una acción que implica estar en el mundo; a diferencia de
quien conduce un automóvil que experimenta una efímera libertad y suspende el
estar en el mundo para "perder la cabeza" a toda velocidad en una
reinfantilización que lo podría hacer "volar". La infantilización
supone la incapacidad de habla, la privación de voz, la ausencia de lenguaje y
por tanto de pensamiento, y en esta vacuidad arriesgo esta conjetura: el filósofo
que ahondó en la nada fue arrollado por una expresión del nihilismo: la
inmadurez, enfermedad de nuestro tiempo].
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