Liquidación
La letra B y una cifra de cuatro números.
Tatuados en el muslo. No en el antebrazo porque el tamaño no lo permitía. Los
nacidos en Birkeanu-Auschwitz —cuando
rara vez ocurría—
se les marcaba en el muslo. El tatuaje verdoso y azulado lo llevaría B o Bé hasta
su muerte. Fue escritor, traductor y superviviente. Se pensaría que esta
experiencia lo marcó, que ese tatuaje fue incrustado también en el alma. Haber
nacido —y sobrevivido— en un barracón donde se va es a morir no es una
"experiencia que marca", es una sentencia que aniquila el espíritu.
Liquidación (Alfaguara, 2004), narración del escritor húngaro Imre Kertész, es un entramado del
dolor, la desesperanza y el hastío que toma la forma de una obstinación: la del
editor Keserű por encontrar entre los manuscritos dejados por su amigo B, una
novela que dé cuenta de su vida. El ya desanimado y cansado Keserű, quien se
enfrenta a la liquidación de la editorial porque el Estado no puede
subvencionarla, recuerda mientras ve a los sin techo desde la ventana de su
oficina, los años de amistad con B y también los de la opresión comunista.
Mucha sutileza para dar cuenta de la asfixiante y claustrofóbica prisión en que
fue convertida Hungría por los soviéticos bajo el mando de János Kádár por treinta
años. Liquidación se desarrolla justo un año
después de la muerte del dictador y la caída del muro de idiotez en Berlín.
Y aquella obsesión de Keserű por
encontrar una novela que quizás nunca llegó a escribir B, es una onda expansiva
que alcanza a quienes estuvieron de una u otra manera relacionados con el
escritor y traductor que se ha suicidado justo en 1990, cuando la cárcel en que
se había convertido el país de Europa del Este, dejaba unas rejas abiertas que
miraban a la Europa libre. Es entonces cuando Kertész comienza a urdir un
tejido de relaciones entre los personajes de una obra teatral, titulada
"Liquidación", escrita por B que lee Keserű mientras recuerda, nueve
años después, en una Budapest poscomunista, los acontecimientos que rodearon el
suicidio del escritor sobreviviente y nacido en Auschwitz. Los personajes que
trabajaban en la editorial bajo el régimen comunista y quienes consideraban a B
un escritor con talento aun con diferencias de criterios, tendrán que rechazar
la empresa que lleva a cabo Keserű: la edición y publicación de toda la obra de
B.
Narrar para haber vivido
Keserű no concibe que B no haya dejado un
manuscrito final en el que narre su vida hasta agotarla, hasta que pudiese
ordenarla, hasta que se pudiese saber todo lo que aún se podía saber: "Sólo
por nuestras historias podemos saber que nuestras historias han llegado a su
fin; de lo contrario viviríamos como si aún diéramos continuidad a algo (a
nuestras historias, por ejemplo), es decir, viviríamos en el error. B al menos
tenía historia, aunque fuese una historia inenarrable e incomprensible". Y
quizá en este deseo de Keserű es donde la novela se concentra, y se estructura
como una escalera en espiral, en la que lector asciende como si pareciera
regresar al sitio donde se estaba antes pero al mismo tiempo se avanza, y a
medida que sube puede mirar atrás en la distancia e ir comprendiendo lo
sucedido. Aunque igual que el protagonista y los personajes, sea tan difícil
entenderlo. Porque la historia de B o Bé (como le gustaba llamarse) es
inenarrable. La imposibilidad de trasmitir, traducir, hacer palabra, darle gramática
a la industrialización de la muerte que funcionaba con la precisión de una
maquinaria de relojería en los campos de exterminio nazi, no puede ser escrita, y la culpa y vergüenza del sobreviviente
no puede ser narrada, no se articula en lenguaje, es intransferible. Aunque al
igual que Liquidación el resto de la obra de
Kertész, también sobreviviente de Auschwitz, sea ese intento, que una y otra
vez falla pero logra: el horror y dolor han roto vínculos con el lenguaje, lo
han superado; y aun así hay que decirlo, nombrar la imposibilidad. Una obra que
siempre sería inacabada porque no podría agotar, aprehender, comprender lo que
ha sucedido en el corazón de Occidente: el aniquilamiento de un pueblo.
Liquidación es una honda reflexión sobre el sentido
de la vida, o su negación. No hay levedad en esta novela. Pesa en las manos, en
el ánimo. El protagonista se asoma al vacío, y quizás lo sostiene el querer
comprender, aun sabiendo que solo será un intento fallido. Keserű inicia la
pesquisa sobre la vida de su amigo intentando conciliar todas las pistas,
gestos, palabras, objetos, y un buen legajo de carpetas, manuscritos,
anotaciones, que le permitan poder mitigar la angustia ante la muerte de B y la
necesidad de creer que la escritura hubiese podido redimirlo o revocar
Auschwitz. Es el personaje de Judit, la exmujer de B, quien mantuvo un romance
con Keserű, la que represente un rompimiento, un quiebre, una fractura ante el
dolor heredado. B siempre estuvo absorto en sus lecturas, traducciones,
escritura. Estuvo ausente, y quizá solo estuvo sufriendo al no poder dar más. Judit
será tal vez el personaje que mantendrá un hilo de esperanza para con el mundo,
y ese frágil hilo será el amor. Amar, continuar la vida intentando contraponer
al dolor de la historia del holocausto, más vida (con Judit la narración pasa
sutilmente de tercera a primera persona; fue quien estuvo más cerca de B, y
también es judía, no como Keserű, ahí hay un cambio significativo con respecto
al sufrimiento y la identidad). Al contrario del propio B que llegó a escribir
"La vida es un gran campo de concentración instalado por Dios en la Tierra
para los hombres (...) Suicidarse es tanto como engañar a los vigilantes".
B vivió muriendo, como si no pudiese luego de salir de Auschwitz soportar otro
derrumbe: el del atroz comunismo. Dos derrumbes que agotaron una voluntad ya
golpeada en lo más profundo. Porque al contrario de lo que se cree ambas
instancias, en su ruindad, han sido un orden, una vez desmontadas, la libertad
puede ser vertiginosa, insoportable, indecorosa. Vergüenza y dolor quizás
condujeron a B a morir por mano propia y a suicidarse dos veces. La novela que
quizá nunca escribió o sí lo hizo, solo para acabar igual que su creador. Lo
que no se encontrará en los libros de Kertész es indiferencia, indulgencia y
olvido ante al horror, y tal vez es lo que observa Keserű en los sin techo
desde la ventana de su oficina: esos hombres viven en un presente continuo, sin
pasado y sin futuro, "hombres sin historia". O devastados por ella.
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