El séptimo velo


1
Leer novelas me da felicidad. Si entendemos por ello un alejamiento —que no evasión— de la fealdad del mundo. Aun cuando esa fealdad se encuentre en el mundo novelesco. No hay contradicción. La suspensión del tiempo ordinario cuando leo y participo del tiempo ficticio de una novela es impagable. Y a medida que avanzo en la trama, en la andadura de los personajes, en las digresiones del narrador, aquel tiempo vulgar y biológico es mitigado en favor de un tiempo que me brinda una satisfacción inefable. No sé en realidad qué sucede en mi ánimo —algo tan agradable— cuando leo una novela cuya intención de totalidad me insta a una inmersión en un mundo propio que no es ajeno al mundo que me rodea, una realidad circundante cada vez más vesánica, ruin, miserable y feraz en cretinez y maldad.

2
Llevo conmigo el libro en cada ocasión en que tengo que salir de casa. Es un libro de unas dimensiones considerables y consta de 644 páginas. Estuvo en mi biblioteca por muchos años, lo llevé conmigo a algún que otro país con el ánimo de leerlo y nunca lo hice hasta hace unos días. Los libros tienen un tiempo perfecto para ser leídos. Tomar entre mis manos El séptimo velo (Seix Barral, 2007), del escritor español Juan Manuel de Prada, cuando hago diligencias, avanzo a paso de cangrejo en una fila oprobiosa para pagar por algunas hortalizas y verduras, o mientras espero por alguien con quien me reuniré, y abrirlo y comenzar a leer cada apartado con la tonta expectativa de descubrir hacia dónde, cómo, con cuáles recursos el narrador desovillará la historia, siento un bálsamo anímico, me alivio de la insania que ahoga, es una manera de resistir tanta humillación y ofensa de la patulea de estraperlistas en que se ha convertido la otrora nación. Un país deja de serlo cuando sus instituciones —por llamar de alguna manera a esas covachas de malhechores— humillan a sus ciudadanos —que con una insistencia decimonónica siguen llamando pueblo—. Quizás aquella felicidad sea solo una alegría silenciosa.

3
El séptimo velo narra la historia de Julio, un hombre de unos cincuenta años, viudo y cuya carga de culpa por la muerte de su amada en un accidente automovilístico lo signa. Sin que haya podido asimilar del todo el fallecimiento de su joven esposa tiene que enfrentar la muerte de su madre, quien justo antes de morir le hace prometer a un viejo amigo, el padre Lucas, que le revele a Julio quién es su verdadero padre y lo convenza de que vaya en su búsqueda. La revelación echará a andar las historias. Desde la España contemporánea hasta la Francia ocupada por la Alemania hitleriana, los años finales de la Guerra Civil española, el triunfo del franquismo, la Resistencia francesa, la Argentina guarida de nazis prófugos, las mezquindades comunistas disfrazadas de heroísmo, la locura belicista, el amor prorrogado, las intrigas políticas, las delaciones, persecuciones, torturas, secretos, traiciones, la magia, la hipnosis, las amistades irrenunciables, los servicios secretos británicos, la vida del circo (el abuelo de Julio regentaba uno en Francia que servía de mampara para ayudar a prófugos del régimen y a judíos perseguidos), las promesas incumplidas y los secretos que una vez revelados desatan un caudal de verdades que cambiará el curso de la historia individual y colectiva, va conformando el mundo novelesco que logra darme cotas de humanidad significativas aun en el muladar que llamamos país. Y es inevitable que aquel alejamiento exija reducir la distancia entre el mundo novelesco y el mundo de la vida. Leo una guerra novelada y padezco las consecuencias.

4
La novela, cuya naturaleza fagocitadora de géneros y subgéneros, discursos y recursos narrativos, posibilidad de la infinita maleabilidad de la representación del mundo, conformándose como constructo literario amorfo, incompleto, pero con pretensiones de forma y completitud hace que sea la manera de ficción idónea que nos corresponde en la modernidad, desde que Cervantes escribiera la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha hasta el día de hoy. La elasticidad de la novela, la propia capacidad de echar mano de discursos que aparentemente le son ajenos hasta que se suman a ella, hace que resista el paso del tiempo, haga frente a los agoreros que proclaman su muerte todos los años, y despierte en los lectores una fascinación por la que los propios escritores se preguntan (basta recordar el discurso de Javier Marías hace veinte años al recibir el Premio Rómulo Gallegos por la novela Mañana en la batalla piensa en mí: "¿Por qué seguimos leyendo novelas y apreciándolas y tomándolas en serio y hasta premiándolas, en un mundo cada vez menos ingenuo?". Por cierto, discurso recordable repito, mucho más que las últimas novelas premiadas, oxidadas por la corrosión ideológica, ¿quién seguirá leyendo El vano ayer, de Isaac Rosa? Además, con qué gusto se pueden leer las ediciones deplorables hechas para la ocasión; los libros también procuran una experiencia sensorial que hace que su lectura comience con el tacto, el olor, el diseño de su envoltura. La edición de Monte Ávila Editores de Tríptico de la infamia, de Pablo Montoya, el más reciente y polémico —por motivo extraliterario saldado hace pocas semanas, quizás por un tuit— Premio Rómulo Gallegos, da cuenta de la desidia y menosprecio por el objeto libro. La diagramación, la edición y corrección de los textos es de Penguin Random House Colombia, a menos que haya cobrado por cederla, el Estado se ahorra ese gasto, ¡y no pudieron diseñar una portada que no pareciese un volante institucional o un paquete de arroz de aquellos que tienen gorgojos! 17 años de Revolución y ni siquiera unas solapas. Pueblo victorioso).

5
Juan Manuel de Prada ha dicho que comenzó a pensar en esta novela cuando leyó una noticia en la prensa en la que un hombre descubría en el entierro de su padre que en realidad no era tal. De Prada comenzó a reflexionar acerca de lo que significaba tal revelación. Esa grieta de la realidad le permitió al escritor componer una obra de tintes épicos que narra más de medio siglo de historia europea. Un secreto develado que puede significar en la trama novelesca —y en manos de un escritor talentoso— el detonante para una creación ambiciosa que vaya más allá de hallazgos históricos. Una novela folletinesca porque cada apartado de las tres largas partes en que se divide podrían haberse publicado por entregas encartadas en un periódico, sin hacer mella en la intención estética, en la riqueza lingüística, en los usos del lenguaje (es necesario echar mano de un diccionario constantemente, mientras la leía anotaba cada palabra en una libreta para buscar su significado), en la creación de imágenes que señalan la complexión moral de los personajes, en la recreación de sucesos históricos desde una perspectiva individual que se derrama sobre la sociedad toda. Y es que el lector asiste —como si participara en las acciones— de la historia de amor entre los padres de Julio en medio de la ocupación nazi en Francia y la Guerra Civil española. Jules Tillon y Lucía Estrada se conocerán, se enamorarán y como en la grandes historias de amor del cine clásico (Casablanca por ejemplo) el destino los separará. Mientras De Gaulle transmite sus heroicos mensajes radiales a la población francesa, y caen las bombas sobre la fábrica Renault, Hitler desea París, los colaboracionistas doblegan su voluntad a la soldadesca nazi, estos expolian la ciudad, los exiliados españoles combaten en la Resistencia francesa y los comunistas combaten por Stalin y no por sus congéneres o por la libertad: "Sí, lo sé, si por ellos fuera impondrían una tiranía tan brutal o más que la de Hitler", le dice un compañero de lucha a Jules. La novela efectivamente puede ir más allá de hallazgos históricos, puede quizás indagar en aquellos de índole moral.

6

Este héroe de la Resistencia francesa, Jules Tillon, al que llaman Houdini por escapar de las situaciones más comprometidas con el enemigo, padece amnesia. Así que las hazañas por las que lo consideran un héroe él las desconoce. Intentar recordarlas lo conducirá al borde de la locura: "la memoria, cuando verdaderamente trata de llegar a las últimas consecuencias, siempre nos dejará un conocimiento doloroso. Nos hace sufrir". El séptimo velo, novela que ganó el Premio Biblioteca Breve hace ya casi diez años, es también una narración sobre la memoria y el olvido, porque tanto Julio como Jules quieren saber lo oculto, quieren indagar en lo no sabido, en lo no recordado y una vez que comienza la búsqueda tendrán que enfrentarse a lo que encuentren, por más terrible que esto sea. De Prada ha dicho que "un ser humano o una sociedad que no es capaz de enfrentarse a las consecuencias de sus actos puede llegar a ser una sociedad absolutamente amoral y, por lo tanto, inhumana". El poder evocador de De Prada, las historias encajonadas como muñecas rusas, el engranaje aceitado para que las páginas que menos brillen cumplan con su tarea meramente descriptiva y preparen el encuentro del lector con páginas deslumbrantes de verdadero talento narrativo, así como la atmósfera que rodea a cada personaje de los muchos que bien dibujados caracterizan matices morales que enriquecen el conjunto aun cuando algunos son predecibles o funcionales, me han cautivado y  hecho feliz por muchas horas. Algo de esto debe ser o procurar la lectura de novelas, que en la disposición de la mancha sobre las páginas se constriña un mundo que ensancha el que nos ha tocado vivir, y que lo potencia hasta reconocer virtudes en una humanidad que por más decepcionante, gris y envilecida aún contiene belleza.

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