La bestia del corazón
Cuatro jóvenes recitan un poema una y
otra vez. Al caminar juntos. Al caminar solos. Ellos son Edgar, Georg, Kurt y
la narradora. Cada persona tiene un amigo en cada pedacito de nube / es lo que
pasa con los amigos en este mundo sembrado / de horror. Pocas palabras.
Suficientes para levantar la sospecha del régimen. Suficientes para que la
crueldad de quien lo vigila todo —y a todo le teme— haga lo propio: hostigar,
acosar, amenazar, perseguir, torturar. Esos cuatro jóvenes lo único que buscan
es resistir la aplastante omnipresencia de la bota totalizadora y la miserable
realidad que los circunda. Solo unos versos para cantar que ni siquiera son
propios, son versos que también han resistido, son tradición, y bastan para
hacer de sus vidas un doloroso absurdo.
La bestia del
corazón (Siruela,
2009) de la escritora de origen suabo, que escribe en alemán, y cuyo pueblo se
desintegró en territorio rumano (Banato), Herta Müller, se constituye en un
artefacto literario que da cuenta de cómo la vida se convierte en una pugna
constante con la ruindad. La historia de estos cuatro amigos que ven en el
suicidio de una joven llamada Lola un signo de resistencia de la individualidad
sobre la colectivización del espíritu, la intención de anular la conciencia,
será la historia del oprobioso y cotidiano hacer de una dictadura. La de
Ceausescu en Rumanía. El comunismo que todo lo vigila y a todo le teme, como el
propio "Rey de los Cárpatos" cuyo miedo indecible a la naturaleza
raya en lo ridículo, como anota Müller en el pasaje del discurso en ocasión del
Premio Kleist: "Ceausescu temía tanto más la revolución de la materia —del
polvo, del aire, del agua— cuanto más sometidas tenía a las personas. Cuando
iba de viaje, llevaba consigo una cisterna de agua para bañarse". Así,
mientras más miedo, más vigilancia y represión.
La fragilidad de los hombres
Lola ha dejado un cuaderno que la
narradora ha podido leer antes de que la Securitate (policía política de
Ceausescu —y única policía cuando el comunismo se instala en el poder—) lo
decomise junto a lo poco que tenía (tomaba prestado los vestidos de las
muchachas con las que compartía habitación en la universidad). La memoria será la
que vaya dejando ver lo que ahí estaba escrito y quién era esta joven frágil
devorada por la distorsión del mundo cuando enrojece. Esta muchacha, del paupérrimo
sur de Rumanía, quería aprender ruso, quería dejar la pobreza atrás, quería
llegar a la ciudad: "En el rostro de Lola advertía la pobreza de su
tierra". Se había inscrito en el partido, y "exhibía su libro rojo".
Y luego de su muerte por mano propia será expulsada tanto de la universidad
como del partido en un acto donde villanía y miedo se abrazaron. Expulsada por
ser "Una vergüenza para el país". Alguien dijo que Dios cuida de ti
allá arriba, y el Partido cuida de ti aquí abajo. La revolución deshumaniza
mientras envía almas al cielo y hace el infierno "aquí abajo".
Una de esas jóvenes con quien compartía
habitación en la universidad es la compañera de Edgar, Georg y Kurt, y quien
narra la historia de Lola y la propia: la supervisión asfixiante de los
vigilantes, la sospecha constante sobre Lola y sobre cada uno de ellos; sumado
a los orígenes alemanes (los padres de Lola, un nazi alcohólico y una madre que
cuando ve una papa quiere abalanzarse sobre ella; una abuela que canta y otra
que olvida), padres que se vincularon al nazismo y luego tuvieron que soportar
la maquinaria roja (señas autobiográficas de la propia Müller); estos jóvenes
no pertenecen a estas tierras despojadas de piedad bordeada por el Danubio. Río
que separa la libertad. Aguas que muchos están dispuestos a cruzar porque ya la
vida no es vida. Es carencia, escasez, hambre y muerte. Y esa amenaza de muerte
y dolor la ejercen los cipayos y calambucos de turno, siempre dispuestos a
satisfacer los impulsos vesánicos que el régimen ha procurado en y para ellos.
Estos jóvenes sufren interrogatorios humillantes. Securitate se llama. Mal
organizado traduce. Y también emerge la maldad espontánea, caprichosa, del
resto de la sociedad que desparrama sus miserias: unos sobre otros repartiendo
la befa con deyección y el bulo inverecundo. Como hacían con Lola los
campesinos devenidos obreros, zotes que se acostaban con ella entre matorrales
y luego le daban como pago detergentes u órganos como hígados o riñones que
robaban de las fábricas y mataderos inmundos en que trabajaban. Obreros del
mundo uníos. Lola no tuvo amor. El hombre de camisa blanca con el que soñaba
regresar al pueblo era un profesor de gimnasia ruin y despiadado que la condujo
a atarse un cinturón alrededor del cuello. [Que nadie se pregunte cómo fue
posible una dictadura como la de Nico y Elena Ceausescu. Conocemos la
respuesta.]
Las palabras y la fuga
Müller escribe como si no tuviese una
pluma en la mano sino un látigo. Hay líneas que podrían conjugar el libro
entero, que cuando se leen hacen que el lector detenga la mirada, y mientras
cierra el libro por unos segundos, paralizado, sienta el mundo derruirse. [Hace
unos años, durante el Hay Festival de Cartagena pude conocer a Herta Müller,
una mujer enjuta, de baja estatura, de complexión frágil, rostro cuyas arrugas
parecían tener historias propias, labios pintados de un rojo furioso y ojos
cristalinos enmarcados en negro como su cara por un cabello que insistía en
caer hacia sus ojos, piel blanca, blanquísima al contraste por la vestimenta
negra que mantuvo durante su estadía —o al menos así vestía cada vez que me
cruzaba con ella por las calles de la Ciudad Amurallada y en el Hotel Santa
Clara—. Ella es su prosa encarnada: firme y resquebrajada a la vez, hiriente,
agrietada y delicada. Como Lola, su rostros también advierte]. Porque la
ganadora del Premio Nobel de Literatura el mismo año en que se publica esta
novela en español, le da piel a las palabras, se sienten, y nunca la belleza fue
tan áspera, tan surcada por el dolor y el sufrimiento, las palabras en los
libros de Müller son piel herida: "(...) veo a un hombre tan cansado que
dentro de su ropa no queda más que una sombra y en su cabeza hace tiempo que no
hay amor, y en el bolsillo no tiene dinero". Imágenes que surgen
inesperadas para conciliar al lector con el mundo narrado, conmover y zaherir;
puede ser un sonido, un olor, un sabor y llegar hasta lo más profundo de los
personajes (y del lector): la acidez de una ciruela, los cascos del caballo al
chocar con el pavimento, el piar de los pájaros cuando silban los pitos: y de
vuelta el miedo, la extrañeza, la pobreza.
La bestia del
corazón no es una
narración convencional, es fragmentaria, pero no escasa, abundan las historias
en su mayoría viles, y que van construyendo un mundo narrativo complejo, pero
no oscuro, sino que arroja luz sobre la minucia humana corroída por las
dictaduras, y cómo estas penetran en lo más hondo del espíritu haciendo que la
bestia se manifieste. Quienes guarden humanidad y con valentía reconozcan el
miedo a los otros y a sí mismos, solo les queda la fuga, cruzar a nado el
Danubio.
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