Conjeturas sobre un sable
La
promesa de una patria devino desencanto sangriento y doloroso para muchos.
Aquella promesa acabaría incluso con su más fervoroso creyente. Los restos del
cadáver de un cosaco desenterrados en un cementerio de Villa Santina, Carnia,
región nororiental de Italia que limita con Austria y Eslovenia, a principios
de agosto de 1957, serán el punto de gravidez sobre el que girarán las
indagaciones de un viejo cura quien recuerda, ya anciano, sin fuerzas, y a las
puertas de la muerte, las andanzas del coronel-general Piotr Krasnov. Atamán
del ejército cosaco, combatió a los japoneses en la guerra rusa-nipona, a los
bolcheviques en la Revolución de Octubre hacia 1918, y con un rabioso
anticomunismo, en el exilio, a los soviéticos durante la Segunda Guerra
Mundial.
Hace
dos décadas fue publicada Conjeturas sobre un sable
(Anagrama, 1994), del pensador europeo Claudio Magris, de quien se puede decir
que en su obra no hay libros menores, y que los años transcurridos añejan el
talento hasta convertirlo en sabiduría. Esta pequeña obra maestra es narrada
por un clérigo —"jubilado
del espíritu"—
quien redacta una carta a un colega en la que recuerda, reflexiona, duda, y
ahonda en la naturaleza del mal, con humildad y cultivado escepticismo hacia la
condición humana. Guido es el nombre de este hombre de Dios. En una habitación
pequeña de la Casa del Clero, de la que disfruta en soledad, austero, sin
desprecio de los pequeños placeres del cuerpo y capacidad para reconocer
belleza en el mundo, recuerda una visita de nueve días al norte de Italia, en
Carnia, para pedirle a este jefe del ejército cosaco que cesara la violencia
que infligía al pueblo. No hubo paz. Quizás, ninguno de los hombres que
aparecen en este relato la tuvo.
El
enigma que rodea la muerte de Krasnov, las muchas teorías sobre su fin, entre
traiciones, suicidio, ejecución, acribillamiento, ahorcamiento, y el paradero
del cuerpo, llevan a que en esta historia, en las propias palabras de Guido,
"El misterio de la fe se confunda con el de una novela policiaca".
Cada testimonio que recuerda y anota en la carta va dando cuenta de la imposibilidad
de dar con una verdad histórica, haciendo que Guido desconfíe incluso de su
propio informe —que una vez escribió sobre Krasnov—, de su memoria, y con ironía,
de las historias oficiales, convenciéndose de que las historias que se narran
en tabernas y bares sobre Krasnov tienen "mayor autoridad que las que
llegan, años más tarde, de los libros de historia escritos tal vez más allá del
océano, tras sosegadas y pacientes investigaciones en archivos". Este
escepticismo llevará a Guido a darse cuenta de que él no recompone los hechos
sino que "reconstruye sus deformaciones".
Claudio
Magris le da a Guido una voz autentica, genuina, profunda, de hondo calado
espiritual. El estilo distiende el paso del tiempo, la calma que trasmite la
prosa —aun siendo una traducción— refleja la condición anímica del narrador, y
pareciera pretender la misma en el lector. Es una carta, el tono es íntimo,
confesional, se siente la soledad apacible de quien la escribe, y la
desesperanzadora poca fe en los hombres que no ven venir el mal. Guido verá en
Krasnov el alma humana rendida al mal de una forma ingenua y no por ello
inocente. Y se acercará a él como quien intenta ayudar, y quizás haya expuesto
Magris en estas líneas la poética de este hermoso descenso a la mezquindad humana
que pretende hacer el bien y termina por destruir todo a su alcance:
"ayudar quiere decir escuchar al otro, seguirle en sus laberintos sin
extraviar el propio camino, apoyarle sin debilidad y corregirle sin rencor,
identificarse con sus fantasmas sin perder de vista los propios, saber
ofrecerle la otra mejilla o darle una bofetada, según los casos". Krasnov
se alió con los nazis enceguecido por la promesa de Hitler de una patria cosaca
en las tierras cárnicas una vez ganada la guerra. Para Guido el mal es, tiene sustancia. Al final fue entregado a los
rojos por los ingleses y ejecutado, pero esta historia no permitiría las
conjeturas.
Y
la pesquisa sobre el Atamán del Don dará paso a la conjetura que estará en
función de "la verdad del arte", así, no habrá tesis sobre su muerte
y el paradero de sus restos que al ser contrastada con la aparecida en aquel
reportaje leído en el Corriere di Trieste del
13 de agosto de 1957, no quede ensombrecida por la tumba perdida, luego
descubierta y desenterrada por un grupo de funcionarios alemanes, quienes
dieron con la empuñadura de un sable sin hoja que parecía "sugerir
soledad: promesa de gloria y sello de vanidad". Porque no hay quien
levante una espada por su empuñadura y no desee señalar lo conquistado, sin importar
que la hoja esté bañada en la sangre de quienes no quisieron ser arrastrados
"por la ingenua convicción de poder utilizar tretas para jugar con la
historia, de ser más astuto que el propio curso de los acontecimientos y
poderlos controlar".
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