Nuestro pan de cada día
A Nelson Rivera, con
quien más pronto que tarde compartiré de nuevo un pan recién horneado y una
copa de vino
Hay libros que reconcilian al hombre
consigo mismo. Libros que recuerdan que la belleza es reconocible. De esta noción
están hechas las páginas de este ensayo, investigación, tratado, catálogo de
sabores, olores, fechas, citas, historias, que trasciende todo género: Nuestro pan de cada día (Acantilado, 2013) es un
libro que en su generosidad hace que el lector sienta que es parte de la
historia de la humanidad cuando pasa las hojas, y cuando trocea un pan recién
horneado una tarde en la que ha decidido leer y rebelarse al sinsentido y al
oprobio que amenazan con hacer desaparecer el aroma que acerca a los hombres a
Dios.
"Nació entre cenizas, sobre piedra.
El pan es más antiguo que la escritura". Con estas líneas fundacionales
Predrag Matvejević, el sabio croata, filólogo románico y clásico, doctor en estética
comparada, profesor titular en el departamento de lenguas y literaturas eslavas
en la Universidad de Roma La Sapienza, inicia la historia del mundo desde que
surgió la primera espiga, el horno, la arcilla y una hogaza de pan a su lado.
Matvejević ata cada dato como si fuesen pequeños gestos que sumados a otros
conforman el camino de la humanidad hasta nuestros días.
Esa primera espiga misteriosa a la que
alude el sabio al comienzo es un referente de orden, de armonía y mesura
"y tal vez, de igualdad. Las especies de cereal y las cualidades de cada
una reflejaban la diferencia, la virtud y probablemente la jerarquía".
Este va a ser el tono de la prosa meliflua y erudita de Matvejević por cada una
de las páginas de sus libros, un tono cuya calidez está al servicio del
conocimiento filológico, etimológico,
histórico, literario, estético, político, antropológico que se conjugan
melodiosamente para contar las historias del pan y de los hombres. Porque ya de
por sí los datos, los apuntes, la importante bibliografía utilizada es
suficiente para reconocer un trabajo excepcional, pero lo realmente admirable
es lo que hace la sabiduría de Matvejević con ello: vincula, teje relaciones
entre todas las instancias divinas y profanas que tienen al pan en el epicentro
o en la periferia de la cultura, uniendo al hombre en torno a lo que es,
maravillosamente, mucho más que alimento.
¡Pan, pan!
El héroe del Gilgamesh, Enkidú probó el
pan con reservas, no lo conocía; Eva y Adán expulsados del Paraíso tendrían que comer el pan "con el sudor
de su frente"; en la Ilíada "Las
mujeres, mientras tanto, amasaban mucha harina blanca para la cena de los
jornaleros"; en la Odisea se distinguen
a aquellos que comen pan de los que comen lotos, "bárbaros que ni siquiera
saben hablar como es debido"; en el Génesis los faraones y sus súbditos soñaban
con el pan; batallas se ganaron luego de soñar con pan de cebada como lo hizo
Gedeón, cuenta el Antiguo Testamento; señala Matvejević que el pan se hace sueño
y realidad y viceversa, se le extraña en tiempos de hambrunas y se le celebra
en los de abundancia; se le considera relacionado al paso del nomadismo al
sedentarismo, y es producto de la tierra arada, que cambió la faz de la tierra
con sus surcos e hizo posible la asimilación del paso del tiempo; "El pan
pertenece a la mitología", palabras de Hipócrates; "El universo
comienza con el pan", palabras de Pitágoras. El destino del hombre es el
destino del pan.
El pan se ordena, se exige, se mendiga,
se comparte, se regala; es signo de justicia y humildad, lleva el nombre de
algunos santos como el "pan de San Antonio" que alimenta a los
pobres, a los débiles y a los desdichados, y también es dadivoso "mitiga
el hambre no sólo a los piadosos, sino también a los impíos". El pan consuela, esperanza y subleva. Cuenta
Matvejević que en 1788, apenas unos meses antes de la Revolución francesa, la
hambruna era insostenible para el régimen; los panaderos y molineros fueron
acusados de echar mano de ingredientes insospechados para poder cubrir la
producción de pan: arena, serrín, paja, salvado; los acusaron de esconder el
trigo y de "especular" con los precios del pan. El país no soportó la
situación y se rebeló al grito de pain d' égalité
"pan de igualdad". La Bastilla fue tomada. Se dice que la reina,
camino a perder la cabeza bajo la filosa hoja por la que desfilarían tantos
otros, "se asombraba de que el pueblo, si no tenía pan, no comiera bollos:
les brioches". Muchas cabezas rodarían,
como cuscurros, al grito de ¡pan, pan!
Las distintas formas en que se preparaba
el pan —y aún se hace— se encuentran en cada página junto a una hazaña
milenaria, obra literaria, pintura, momento histórico, pueblo devastado o
exiliado, nación emergente, tiempos modernos, porque el pan da cuenta también
del espíritu de las épocas: "pan de vida", "pan eterno",
"pan de lágrima", "pan de los muertos", "pan de oblación",
"pan de la amistad", "pan santo": "la actitud hacia el
cuerpo y hacia el pan dependía de la visión del mundo, de las convicciones, de
la fe". El pan se come, se bendice, se celebra, se guarda para tiempos de
guerra, de hambrunas, y en tiempos de paz, las migas se guardan para dársela a
los pájaros. En tiempos más civilizados el pan es reunión y esperanza; en
tiempos de barbarie es castigo y tortura "a pan y agua". El pan con
levadura y el pan ácimo han sido signos del quiebre de las creencias, pero es
también el común denominador en las escrituras sagradas, aunque sea una vez se
nombra en el Corán, y en el Antiguo y Nuevo Testamento se hace símbolo para
luego ser consubstanciación cristiana, cuerpo de Cristo, que alimenta y eleva
al hombre a instancias sacras: "la fe los acerca, el pan los une".
El pan de la tristeza y la levadura de un
libro
Nuestro pan de
cada día se gestó
hace muchos años, antes de escribirse, antes de que Matvejević imaginara que la
vida podía ser menos miserable. Varias historias marcaron —como un sello seco
sobre el papel— la sensibilidad del pequeño Predrag, historias que forjaron en
su espíritu un vínculo compasivo con el prójimo, que lograron trascender el
dolor y que, con el paso de los años calaron hondo, y esperaron por la sabiduría
que podría volcarlas hacia la belleza. Era un niño al que se le daba la
bienvenida al mundo con una guerra; con tan solo diez años, hacia 1942, su
padre fue capturado por los alemanes aun cuando se había largado de su natal
Rusia veinte años antes del enfrentamiento; siendo un soldado raso yugoslavo
fue trasladado a un campo de trabajos forzados al norte de Alemania, Predrag no
vería a su padre hasta varios años más tarde: "se salvó de milagro. Cuando
lo vi de nuevo, casi no lo reconocí. Había perdido cuarenta kilos en el
cautiverio".
De nuevo juntos, al padre de Predag le
gustaba contarle una historia del campo de trabajos forzados que tenía que ver
con el pan. Varios apresados talaban árboles cerca de Osnabrück para los rieles
de un ferrocarril que ayudaría a abastecer al ejército, regresaban cada tarde
exhaustos, sedientos y hambrientos al barracón; en una ocasión, víspera de
Navidad, un pastor protestante se cruzó con ellos en el camino y los invitó a
su casa. Los guardias permitieron que compartieran la mesa aquella noche
cristiana: una copa de vino y una rodaja de pan. "En señal de
agradecimiento, mi padre, pianista de juventud, se sentó al piano y tocó parte
de una antigua liturgia rusa, con los dedos agarrotados, y congelados por el
trabajo y el frío." Desde entonces su padre diferenciaba al pueblo alemán
de aquellos quienes lo habían encarcelado.
Recién terminada la guerra, los soldados
alemanes eran entonces los prisioneros. Se les daba un trato despiadado. Un día
el padre de Predrag partió un pan que le asignaban con la tarjeta de
racionamiento, e instó a su hijo a que se lo llevara a los soldados alemanes;
el pequeño pudo llegar hasta uno de los territorios donde se encontraban los
prisioneros, y luego de arrastrarse con el trozo del pan en el pecho, logró dárselo
a un alemán que, llorando, lo compartió con dos compañeros cuyas costillas se
le podían ver entre los raídos harapos que vestían. El pan de la compasión.
Otra de las historias que como la
levadura hicieron posible que este libro se elevara en el alma de Matvejević durante
años, es la que le contó la tía Natalia, a quien pudo conocer gracias a que en
los archivos de la Cruz Roja guardaban su dirección. La llamaban Tusia, vivía
en Odessa, y por denunciar la hambruna que a principios de los años treinta
devastó a Ucrania, pasó un lustro en la cárcel. Matvejević dio con ella ya
anciana y enferma, y pudo escuchar "la historia más triste sobre el pan
que jamás había oído". El tío de Predrag, Vladimir (hermano del padre del
autor), desapareció en un Gulag en el que había sido prisionero por difundir
"propaganda enemiga"; los padres de Vladimir (ambos abuelos del
autor) terminaron su días agobiados por la tristeza, el dolor y la locura:
Nikolai (abuelo) pasó sus últimos días repartiendo trozos de pan a ancianos
desvalidos durante la arremetida nazi a Odessa en 1941; la abuela moriría en un
banco de una plaza pública mientras vagaba en busca de su familia. La tía Tusia
sabía de alguien que había sido compañero del tío Vladimir en el Gulag, se
llamaba Piotr. Matvejević pudo dar con él en las afueras de Odessa: "Piotr
hablaba bajo, muy bajo, como si temiera que alguien lo pudiera oír. «No sabe
usted lo que significa desear pan en semejantes circunstancias. Su tío Vladimir
murió clamando: ¡PAN, PAN!»".
Nuestro pan de cada día es un hermoso
reconocimiento al saber, a la erudición que con delicadeza conduce a la
belleza; también un homenaje al tan caro Mediterráneo del autor, a la memoria
de seres queridos que la locura ideológica arrebató el pan de la vida, y a
todos los hornos que moldearon la harina como Dios al hombre. Predrag Matvejević,
un viejo sabio que toca el piano (como su padre) mientras se maravilla con el
mundo y se rinde ante el asombro de estar vivo, ha escrito una poética del pan.
El milagro de la traducción nos ha regalado hasta ahora dos títulos más: Brevario del Mediterráneo (Destino, 2008) y El Mediterráneo y Europa (Pre-Textos, 2006),
pródigos en historias, literaturas, gastronomías, mitologías, filosofías, en
fin, de humanidad. Cómo no conmocionarse ante una verdad cuya sencillez y
hondura alumbra en la noche más oscura como la luz de un faro en un mar
enrarecido por la neblina: "Desdichados son los países en los que no hay
pan suficiente para todos. Pero tampoco son felices los que sólo tienen
pan". Luego del ayuno, el pan es más dulce.
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