Los titanes venideros


"A veces tengo la sensación de haber vivido más intensamente entre los libros que entre los sucesos de este mi siglo". Quien señala este parecer fue un hombre que luchó como soldado en las dos guerras mundiales, herido en más de siete ocasiones, amigo de Carl Schmitt, Martin Heidegger, Hugo Fischer, Albert Hofmann, Ernst von Salomon, Ferdinand Céline, Margarite Yourcenar, Pablo Picasso, y otros tantos pensadores, artistas y escritores quizás olvidados o poco frecuentados hoy día, con excepción de los más cercanos al nazismo; Goebbels y Göring pidieron su cabeza luego de la publicación de una novela y, azares del mundo, sería salvado por otro libro que le había gustado al mandamás: "Jünger no se toca" dijo, y siguió de largo hasta cumplir 103 años.

En Los titanes venideros (Quinteto, 2007, recientemente reeditado por Página indómita, 2016) Ernst Jünger recibe en su casa en Wilflingen, Alta Suabia, al periodista Antonio Gnoli y al filósofo Franco Volpi en ocasión de su cumpleaños número cien en 1995. Tres sesiones de entrevistas sobre su vida, sus libros, amistades, pensamiento, y algunas reivindicaciones, explicaciones, respuestas a resabios nacionalsocialistas, se reúnen en este texto testimonial que honra el arte de la conversación. El siglo XX cautivo en una memoria prodigiosa, el siglo XX pensado por un hombre que lo vivió en toda su convulsionada gestación y desarrollo, para la segunda mitad vivirlo en el retiro, en resistencia espiritual. Desde 1950 vivió apartado del ruido, de la fealdad mundana, del acoso de periodistas, del griterío de las urbes, en la serenidad de una casa en medio de árboles y cercana al cementerio en donde están enterrados su primera esposa Gretha von Jeinsen y su primer hijo de igual nombre quien moriría en combate en Carrara en 1944. Visitaba sus tumbas con frecuencia, respetaba los ritos fúnebres con rigurosidad.

Jünger, ese hombre que rescató a su hermano Friedrich Georg (el autor de Mitos griegos, Herder 2006, un estudio excepcional de la antigüedad clásica) al encontrarlo herido en un bosque luego de un enfrentamiento, que recibió la condecoración máxima como héroe de la Gran Guerra Ordre pour le Merité que pocas veces es entregada a quienes no tienen cargo militar, que fue uno de los pocos en estar presente en el entierro de Heidegger y cuya viuda abrió el ataúd solo para que él lo pudiese ver y despedir, ese hombre que es la encarnación de la acción y el pensamiento del siglo XX, consideraba que había vivido más intensamente en los libros que fuera de ellos. Fue un lector. Y creía que un escritor no tenía un deber social sino que estaba instado a comprender su propia posición excepcional en el tiempo que le había tocado vivir: "Un escritor que se respete vive junto a su sociedad (...) La superación del miedo a la muerte es el deber de un escritor que se entrega: su obra ha de irradiarla".

Dio cuenta de la tecnología vaciada de sentido que conduce al progreso como un antropomorfismo con el "que el hombre moderno ha intentado leer la historia. Un sucedáneo de la idea del espíritu del mundo", y desde el cual atinaba a ver el nihilismo como el problema fundamental de nuestros tiempos. Idea que luego compartiría con Heidegger. Basta con que Volpi o Gnoli le recuerden algún pasaje de sus obras o algún acontecimiento histórico para que Jünger se explaye con una voz que se "escucha" sabia sobre lo señalado, con profundidad, precisión, aun en los asuntos más incómodos, como su amistad con Carl Schmitt, consejero de Estado para el nazismo, a quien le profesaba un gran aprecio. Jünger lo llamaba "Don Entiendo" por su agudeza y capacidad para definiciones tajantes: "La distinción política específica a la que las acciones y los motivos políticos se pueden reducir es sencillamente la distinción entre amigos y enemigos". Schmitt, el jurista nazi, se siente muy cercano a estos tiempos.

La novela por la que pedían la cabeza de Jünger aquellos dos apacibles y generosos funcionarios nazis era Sobre los acantilados de mármol; sus diarios de guerra (Tusquets, siete volúmenes) al parecer leídos por   uno de los hombres que arrasó Europa, Hitler, hicieron posible su tranquilidad. En Los titanes venideros se puede ver a un Jünger que mantiene una mirada esteticista del mundo, que hizo bella la guerra en sus escritos. A sus cien años, apasionado por los insectos y los libros por igual, es difícil imaginar cómo no fue triturado por el totalitarismo y la locura bélica en la que participó. Nació el año de la invención del cine, de los rayos X y el caso Dreyfus. Murió en 1998 y anunció el caos que padecemos.


Leer las palabras finales de la que se considera la última entrevista concedida conmueve: "Siempre he amado viajar y hasta ahora no me he privado de esa costumbre. Cuando en 1986 pasó el cometa Halley, que yo había visto cuando niño, fui a Singapur, Malasia y a Sumatra para volver a observarlo. A continuación viajé a las Seychelles, a las islas Mauricio y después a la isla de Samos. Pero ahora que he superado los cien años no sé si con el tiempo que me queda emprenderé una vez más esa clase de aventuras. De todas maneras sigo viajando por el mundo de la literatura y por ese pequeño cosmos que es mi jardín. A veces en los días soleados, me entretengo haciendo pompas de jabón que el viento lleva entre las plantas y la flores. Son para mí una imagen simbólica de la fugacidad, de su inasible belleza".

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