La huida de los intelectuales


Paul Berman es un intelectual de fuste. De temer. Se ha ganado el prestigio con publicaciones en The New Yorker, The New York Times, The New York Review of Books, The New Republic, y con una serie de títulos que abordan el papel de los pensadores frente a las complejidades de un mundo que ha de convivir con el terrorismo. Este autor llega con currículum a los debates. Es profesor de Periodismo en la Universidad de Nueva York. Y resulta que a quien apunta con su inteligencia también llega al debate con currículum. Dos intelectuales, Ian Buruma y Timothy Garton Ash son el objetivo de Berman en La huida de los intelectuales (Duomo, 2012).

Cualquiera podría preguntarse a dónde va Berman con este libro cuando apenas se abren las primeras páginas. El nombre de un intelectual musulmán, Tariq Ramadan, es sobre quien girará toda la exposición. Berman quiere destacar —y vaya si lo logra— la anuencia, indulgencia y defensa que hacen algunos intelectuales occidentales de personajes como Ramadan, un musulmán que se hace considerar liberal cuando en realidad es un actor muy cercano al radicalismo islamista, profesor de la Universidad de Oxford con muchos seguidores en Europa y los Estados Unidos de Norteamérica, heredero y vocero del islamismo ideologizado. Berman indaga, anota, resalta, cita al propio personaje para ir desenmascarando al extremista que se muestra moderado. La hipocresía musulmana. Ramadan es un intelectual nacido en Suiza que se ha encargado de ser un portavoz del islamismo que pretende conjugarse con la modernidad occidental. O al menos eso parece. Quien lea sus artículos publicados en El país de España podría considerarlo. Luego de leer el libro de Berman, la lectura de esos artículos no será la misma, es posible rastrear las ambigüedades retóricas que denuncia el polemista neoyorkino, y quizás dar con la naturaleza hostil de Ramadan. No hay en él la intención de un islamismo occidentalizado sino de un occidente islamizado.

La intolerancia moderada
Berman se remonta a la prosapia de Ramadan. Nada menos que su abuelo Al Bana, fundador de la Hermandad Musulmana, cuyas ideas fueron talladas por el muftí Haj Amín Husseini quien entre 1930  y el final de la Segunda Guerra Mundial, fue un filonazi que propagó por el mundo árabe desde Egipto un antisemitismo a las maneras hitlerianas. Berman se hace de documentos desclasificados del Departamento de Estado, y da con las grabaciones radiales que se transmitían durante el conflicto europeo, ante la desbandada judía el muftí denunciaba el sionismo que quería controlar el mundo. Esta idea nacida del aparato de espionaje del zar unos cuantos años atrás y que se materializó en ese referente antisemita delirante que es Los protocolos de los sabios de Sión, que por cierto fue creado en Francia, epicentro de las teorías conspirativas mundiales (léase Amos del mundo, en Debate), sirve para "argumentar" la persecución y muerte del pueblo judío. Así que Berman rastrea las influencias fascistas asimiladas con naturalidad que están en el nacimiento y conformación del islamismo como lo conocemos hoy. La Hermandad Musulmana cree en un regreso a una época (siglo VII) en la que el Islam domine el orbe con poderío y haya vencido la "intención judía" de acabar con él. El autor escruta cada artículo, entrevista, libro, tesis de estudios de Ramadan y las va vinculado con las ideas de su abuelo Al Bana y del muftí para desmantelar el supuesto liberalismo islámico de Ramadan, dejando al descubierto su admiración por personajes como Qaradawi y Qutub: ninguno ha lamentado la muerte de inocentes en actos terroristas. No hay inocentes y el suicidio-martirio es hermoso. Nada menos.

El lector, al que le puede resultar ajena toda la investigación, queda subyugado por la prosa de Berman (en la maravillosa traducción de Juanjo Estrella), en cada línea un dato, un ejemplo, una argumentación, una respuesta brillante a los taxidermistas ideológicos, y con un humor e ironía elegante descubre aspectos del islamismo que dan coherencia a sus acciones, y desnuda las incoherencias de quienes lo justifican. Cada capítulo es un ejercicio de investigación ejemplar, no hay opinión que no esté sustentada, acierto que no sea reconocido y exabrupto que no sea señalado. Hay que reconocer la ecuanimidad de la mirada de Berman sobre los personajes que desmenuza. Y he aquí cuando se concentra en el eje principal de La huida de los intelectuales: la complacencia, defensa, laxitud, complicidad y ceguera voluntaria de los pensadores occidentales ante un fenómeno como el que representa Ramadan. Buruma y Garton Ash atacan con ferocidad a Ayaan Hirsi Ali, porque no soportan que se haya occidentalizado, que haya visto en los alcances de las democracias liberales herederas de la Ilustración, lo que no iba encontrar nunca en su Somalia natal musulmana: libertad; Hirsi Ali, de vivir en centros de acogida en Europa ha llegado a ser parlamentaria en Holanda, y una de las grandes luchadoras por el derecho de las mujeres, denunciando por ejemplo la ablación genital. Aquellos defienden al sinuoso Ramadan, alguien que en un debate público con Sarkozy (sí, el expresidente que acaba de perder la candidatura) ante la muy civilizada práctica de lapidación de mujeres, pidió una "moratoria" para discutirlo en la comunidad musulmana. Es decir, lapidar mujeres es discutible. Y muchos intelectuales europeos llegan a justificar a Ramadan. En este libro se puede ver de nuevo el acercamiento, las afinidades, el amorío entre la ultraderecha y la izquierda profesional. Nazismo y comunismo encuentran en el islamismo radical un aliado. Aquel un antisemitismo irreductible y este el multiculturalismo que todo lo iguala hasta destruir todo lo igualado. El islamismo los une porque quizás vean en este el antioccidentalismo que tanto enciende a las masas sedientas de reivindicaciones y en no menos medida, crea chivos expiatorios para encubrir el propio fracaso, o la culpa, o el odio a sí mismos.

Huyendo de sí mismo
En la página 175 unas líneas truenan en quienes han sido víctimas de la idiotez indolente y criminal de quienes salvan al mundo todos los días: "Las personas carismáticas y grotescas terminan por acumular prestigio y autoridad porque saben cómo desplegar los símbolos de una autoridad aún mayor (...) Y las personas carismáticas con ideas grotescas terminan por acumular prestigio y autoridad porque otras personas, las que parecen frías y sensatas, les ofrecen muestras públicas de deferencia y les rinden tributo. Las personas de conducta moderada y saludable avalan la autoridad moral de las personas de conducta exaltada e ideas grotescas". Y lo hacen hasta lo terrorífico. Este misterio, este enigma del que solo se conjeturan hipótesis, y que se va conformando a lo largo de capítulos que se leen como si fuesen la trama de un libro de espionaje, desemboca en un capítulo final excepcional en el que Berman echa mano de un intelectual francés, Pascal Bruckner, para intentar descifrar qué impulsa a personas con una inteligencia excepcional avalar a otros carismáticamente simiescos. Bruckner da en el blanco: el tercermundismo hippie que "había nacido para expresar un sentimiento europeo, adecuado y correcto, de culpabilidad y arrepentimiento por los crímenes del imperialismo europeo. Pero el arrepentimiento se había endurecido hasta convertirse en dogma, y el dogma, por raro que parezca, había proporcionado placer. Era el placer del odio a uno mismo". Son los mismos que luchan por los excluidos de un sistema que ellos mismos quieren hacer volar por los aires.


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[En esa huida muchos intelectuales terminan tomándole fotos a los pájaros en los campus universitarios; escribiéndole libros de piratas a millonarios que se inventan rones caribeños; se van lejos —y tan cerca— hasta Francia donde un chef privado los miman; piden una embajada y siguen leyendo a Sartre, escuchando a Pablo en Miami, a Silvio en La Habana, a Serrano en Madrid, y brindando por un mundo mejor, mientras contribuyen al charco de sangre que deja atrás el resentimiento y el fracaso; recordando con nostalgia aquellas luchas de los sesentas donde estaban forjando el futuro que es hoy su presente: bahorrina en sus tres acepciones; o hacen sus compras en el mercadito de Los Palos Grandes (de las urbanizaciones más exclusivas de Caracas) huyendo de las colas de los supermercados con productos que regularon; y publican libros que cuestan 2 bolívares y presentan en una feria que es un muladar de consignas huyendo de editores más exigentes; y en esa huida se odian tanto a sí mismos como aquellos otros odian a Hirsi Ali: porque ella ha podido ser libre y aquellos dejaron de serlo para enjaularse en la ideología revolucionaria, una lógica que algunos comen con caviar en la más absoluta y vil de las soledades y otros con C-4. Comenta Berman en una entrevista para El Cultural de España: "Los mismos que pensaban que Mao era maravilloso y Fidel Castro un libertador, creen hoy ciegamente que las tiranías islamistas son liberadoras". Cuando se escuche a alguien decir que quiere un mundo mejor, hay que alejarse de puntillas y de espaldas para no perderlo de vista.]

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