El siglo


1900. Año de nacimiento de quien sería juez de un país que se aniquiló a sí mismo en una guerra cainita. También se convertiría en delator a los 39 años. Al servicio de un régimen que fracturó a una sociedad que aún no cura sus heridas. Este fue el destino de Casaldáliga. Un hombre pusilánime y mezquino, cobarde y blando. Juez y delator.

El siglo (DeBolsillo, 2007), es la cuarta novela publicada por un joven Javier Marías en la década del ochenta. Poco leída. Poco comentada en su momento. Incluso para los asiduos lectores del novelista español. Sin embargo, es una novela embrionaria en la que se puede ver un talento en germinación. Una voz que va surgiendo desde la necesidad de un estilo propio. Marías se adentra en la complexión moral de un hombre cuyo padre le instó a tener un destino "nítido e inconfundible". Y Casaldáliga pasó su vida intentando dar con él. Desde la Grecia presocrática llegan estas palabras: "Carácter es destino", se cree que dijo Heráclito. En este personaje se realiza este aforismo que más parece una sentencia.

Narrada en dos instancias bien definidas y diferenciables, Marías le da voz a Casaldáliga envejecido, en un estado de decrepitud inexorable en el que da cuenta de su presente. Sentado en el estudio de su casona tiene vista a un lago que será naturaleza de su propio espíritu. Esta habitación será el lugar por el que transiten los personajes que codician la fortuna del otrora soberbio juez y fámulo delator del régimen franquista: su ahijado, el León de Napóles y su mujer lasciva, Natalia Monte, ambos a la espera de su muerte mientras se frotan las manos (y sus cuerpos) por el testamento que dejará como heredero al cantante de ópera, pareja ridícula que limita en la caricatura; el fiel y decadente Lemarquís, al servicio del juez, un intelectual derrotado; el coronel Berua y su edecán simiesco Salto, quienes todos los martes van a comer junto a Casaldáliga, a la espera también de la heredad por deudas incumplidas. Berua es el acreedor de la ruindad del juez convertido en delator muchos años atrás. Los capítulos impares serán narrados por el viejo y moribundo Casaldáliga.

Y es que Casaldáliga en el intento por identificar durante su vida las oportunidades en las cuales cree manifestarse el camino de aquel destino, yerra. Volviendo a los griegos, el termino hamartia se encarna en Casaldáliga. El carácter lábil del juez es signo que anuncia su desvío. Yerro es el destino de Casaldáliga. El don de errar. Los capítulos pares serán narrados en tercera persona y el lector conocerá la historia de cómo este joven hijo de un hombre importante, adinerado, que pasará sus últimos días atendido por sus sirvientes en una mecedora leyendo —al borde de la locura— y escuchando la misma melodía (melodía del desamor, del abandono amatorio, de la pérdida del objeto amado) todas las noches: gurrelieder de Schönberg, se forja un destino "nítido e inconfundible" como delator, en unos tiempos donde la sospecha significaba la muerte. Y en estos capítulos se conocen otros personajes lo menos fascinantes, como Dato, hombre cínico, astuto, un deyecto oportunista que conjuga —en un diálogo con el Casaldáliga que se hará hombre a los 39 años (justo cuando se instaura el franquismo)— el espíritu de los tiempos: "—Es muy sencillo [le dice Dato a Casaldáliga]. Tenemos la sartén tan bien cogida por el mango que en la actualidad no hay que demostrar que un acusado sea culpable, sino que es éste, por el contrario, quien debe probar su inocencia. ¿Comprende? Estamos obligados a partir del axioma, antipático pero necesario, de que todo el mundo puede ser culpable. A usted, por ejemplo, se lo podría acusar... qué diré yo... de haber financiado la compra de determinado material bélico a través de su banca. Habría que investigar eso. O incluso de cosas menos aparatosas: si se encontraba en Lisboa, de haber realizado labores de espionaje [Casaldáliga pasa toda la Guerra Civil en el exilio, deseando volver para formar parte de cualquiera de los bandos pero nunca toma una decisión] ¿Quién lo denunciaría? Un amigo, un enemigo, un subordinado, un pariente, un vecino, alguien caprichoso, vengativo. Lo mismo da. O más simple: alguien que a su vez tenga miedo de ser denunciado y que decida adelantarse para no dejar lugar a dudas sobre su fidelidad. Esa denuncia, en cualquier caso, sería atendida y probablemente cursada, sólo por si acaso (...) una vez sembrada la sospecha ya es difícil pararla." Y así comenzaba el siglo XX en España, y el destino de Casaldáliga, la más alta autoridad de la justicia y la más ruin y vil de las desvirtudes en un solo hombre.


El siglo es la novela que anuncia el estilo este sí, nítido e inconfundible, de Marías. Largos párrafos que leídos en voz alta podrían dejar sin aliento y que embrujan, embriagan al lector, mientras ahondan en las cualidades de los personajes; divagaciones y digresiones que crean una atmósfera en la que parece estar todo detenido y aun así todo "está aconteciendo"; el tiempo que se hace materia maleable en un estilo que haría de Marías un novelista reconocible con tan solo leer una página de cualquiera de sus obras mayores como Mañana en la batalla piensa en mí, Corazón tan blanco, o la portentosa Tu rostro mañana, por cierto, esta última novela desarrolla con la hondura de quien ya no tiene 30 años, el motivo real de El siglo: su padre, el filósofo Julián Marías fue delatado por un amigo íntimo ante el franquista "Cuerpo de Investigación y Vigilancia" durante la guerra civil. Y aún más, esta novela —escrita con derroche de recursos lingüísticos— gira alrededor de los grandes asuntos de la literatura: la muerte, el amor, la soledad, la vejez, el miedo, la pérdida, la codicia, el destino, la justicia, la traición. Quien no sepa que fue escrita por un hombre de 30 años de edad no dudaría de la madurez del autor (las páginas del capítulo "Lisboa" son realmente hermosas). Casaldáliga es un hombre que inicia el siglo XX español, y frente a un lago que parece un personaje más, ve su vida abandonada a la suerte de un fin que no llega: la muerte prorrogada y la memoria que le hace recordar la vida incumplida.

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