Un mundo aparte


Capturado por el Comisariado del pueblo para asuntos internos de la URSS, la NKVD, al intentar cruzar la frontera hacia Lituania al noreste de Polonia, Gustaw Herling-Grudziński pasaría dos años en el campo de trabajos forzados de Kárgopol, al norte de Rusia. Contaba tan solo con 22 años cuando fue acusado de espionaje porque su apellido se parecía al de un coronel del ejército nazi. Qué importancia tiene la acusación cuando hay que cumplir cuotas de contrarrevolucionarios en prisión o muertos, da igual. Lo cierto era que quería unirse a los grupos que combatían el ejército alemán. Para ese entonces la natural connivencia del comunismo y el nazismo selló cualquier grieta en los muros totalitarios.

El espanto que viviría este periodista de 1940 a 1942, cuando fue liberado, quedaría recogido en uno de los libros más conmovedores, estremecedores y hermosos —en la auscultación del alma humana— que se han escrito sobre el Gulag soviético. Un mundo aparte (Libros del Asteroide, 2012), es la evidencia del dolor resguardada del olvido y de la macarra izquierdista, el testimonio sobre la esencia de lo que significa la idea de un mundo mejor, un mundo de iguales, un mundo en el que el hombre será liberado de las cadenas que lo oprimen: un campo de trabajos forzados o un campo de exterminio. Porque lo que registra en estas páginas el polaco licenciado en Literatura por la Universidad de Varsovia, Herling-Grudziński, es la respuesta a una pregunta que surge cuando la desgracia norma la vida del ser humano: ¿se puede vivir sin piedad? Un energúmeno enajenado por la buena nueva del comunismo responderá que sí, sin que le tiemble el pulso. 

El movimiento compasivo hacia otro ser humano en sufrimiento es un lastre que la humanidad arrastra y del que hay que liberarla, en consecuencia, las ideologías contienen irreductiblemente la intención impostergable de recrear el mundo y el hombre en un nuevo orden. Esta recreación, refundación, regeneración, se dará en la Historia, así, el desarrollo o consecución de tal delirio racional no puede sucumbir ante las debilidades del hombre atrapado en las tinieblas del viejo orden. ¿Piedad? si lo que está en juego es el Paraíso pues el báratro de agonía y miseria que se deje en el camino no solo es necesario sino que es la prueba de que se han activado los engranajes que conducen a la tierra prometida proletaria, cacofonía criminal donde las haya. La esencia de esta soberbia será Kolimá, Kárgopol, Solovki, Magadán, la lista puede llegar a rondar los mil campos de trabajos forzados que componen el Gulag (Dirección General de Campos de Trabajo) cuyo significante ha pasado a aglomerar todo el sistema penitenciario soviético, o como lo han llamado los propios prisioneros: "triturador de carne". Herling-Grudziński logró sobrevivir a su paso por el infierno rojo y murió en Nápoles a principios del 2000.

Automutilaciones, extenuación completa, aniquilación de las fuerzas vitales, caída del cabello y los dientes, llagas purulentas, disentería, sífilis, inmundicias, congelamiento de extremidades, violaciones grupales, torturas, celdas de castigo (como si el sufrimiento pudiese contener más sufrimiento, como muñecas matrioskas) interrogatorios enloquecedores, requisas constantes, amenazas de muerte para los prisioneros y familiares, delaciones, acusaciones falsas hasta el absurdo, y la locura del hambre. Cada aberración sufrida en uno de estos campos Herling-Grudziński la registra y a su vez la reviste de literatura, ordena las historias que escuchó y vio de otros, las abriga de narración con hondura psicológica, describe, reflexiona, se acerca a los otros que sufren, a los otros que procuran ese sufrimiento, en su estilo y gravedad hay un escritor profundo y complejo, que en algún momento roza los límites "Dios, concédeme la soledad porque odio al género humano", y sin embargo puede ver más allá de la miasma que lo rodea y reconocer que "la libertad era algo único, bendito, insustituible (...) en libertad el brillo del sol era más hermoso, la nieve más blanca y el frío más benigno", desmintiendo, contradiciendo y rebatiendo la perversidad que no solo lo cercaba sino que habitaba en todos. 

Porque la literatura se compadece de los hombres, y este testimonio que alcanza cotas estilísticas de belleza sin igual, traduce el infierno vivido en compasión, en ternura y reconocimiento de que el hombre es capaz de las bondades más noblesy de las peores ruindades. Hubo de pasar treinta años para que en Francia pudiese publicarse este testimonio desgarrador ya que el cerco de la izquierda morlaca sobre sus propios derrumbes morales siempre ha sido un obstáculo a vencer por aquellos que defienden la libertad. Y no poco tiempo ha pasado para poder tener una traducción directa del polaco en español.

El Mal ensimismado en su propia dialéctica, esta es la efectiva realización del comunismo. Un mundo aparte, de todo orden y tradición, amor ascendente y compasión, aparte de todo signo de vida y dignidad; no puede ser de otra manera cuando se echan andar los mecanismos ideológicos cuya prosapia puede rastrearse desde los escritos del padre del genocidio moderno —cuyo bicentenario de nacimiento muchos se apuran en conmemorar— a las encendidas soflamas de Lenin. Anota Herling-Grudziński "Los marxistas ortodoxos afirman que la moral absoluta no existe, pues todo lo que le ocurre al ser humano viene condicionado por su situación material". Basta ver cómo insisten en "corregir" esta infamia los calambucos rojos: Quien se acerque a estas páginas y vicariamente viva la desesperación de una joven que entrega su cuerpo por una rebanada de pan, para mitigar el hambre, a cualquier urkabezprizornys, delincuentes comunes que controlaban las cárceles con plena displicencia y complicidad soviética. Quien se pregunte de dónde ha surgido un pran, no tiene más que revisar los libros de Solzhenitzyn, Czapski, Shalámov, o Herling-Grudziński.

"¿Acaso no fue el ingeniero Sadovski, mi mejor amigo, viejo comunista y compañero de juventud de Lenin, quien cierta vez me arrebató de las manos mi escudilla de sopa en la plataforma —desierta— junto a la cocina y salió corriendo hacia las letrinas, sorbiendo por el camino aquel líquido ardiente con sus labios sedientos? Si Dios existe, que castigue sin miramientos a quienes doblegan a la gente mediante el hambre". Esta última línea retumba en el alma de quienes padecen el legado infesto del comunismo hoy día, su onda expansiva sigue gestando muerte, enfermedad, miseria, ruindad, dolor, sufrimiento, realizándose efectivamente cada vez que los seres humanos le dejan la puerta abierta a la vileza y, con genuina inquina, organizan el despliegue del Mal para desgracia de muchos y gozo de otros, hasta que, como Saturno, la revolución acabe con todos sus hijos, legítimos o no. La humanidad convertida en un barracón. 

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