Ya sabes que volveré
Es
este el libro de una lectora excepcional. La manera en la que la crítica
literaria y ensayista Mercedes Monmany (Barcelona) se enfrenta a las páginas de
los libros que caen en sus manos es el resultado de una inteligencia,
sensibilidad, agudeza, amor y respeto cultivado en el noble oficio de leer. La
autora de ese monumental mapa espiritual de Occidente que es Por las fronteras de Europa (Galaxia Gutenberg,
2016) se sumerge en los últimos años de vida de tres escritoras judías, cuyas
brillantes y promisorias carreras literarias se vieron aniquiladas por la
maquinaria industrial de muerte que fue el nacionalsocialismo alemán, esa calle
ciega a la que condujeron a la humanidad los proyectos modernos. No pierda de
vista el lector la palabra compuesta para señalar el nazismo. El
comunismo-socialismo será ese otro callejón sin salida gemelo que acabará con más
vidas. Y se insiste.
Ya sabes que volveré (Galaxia Gutenberg, 2017) es una exégesis
de los escritos que Etty Hillesum, Gertrud Kolmar e Irène Némirovsky dejaron en
forma de diarios, cuadernos de notas, cartas, novelas, fragmentos de papeles
que encontraban en los campos de tránsito o en el propio Auschwitz donde fueron
gaseadas. Monmany hace que la lectura de estas pruebas de la vitalidad y
sentido —aun ante la más vil de las maldades— brille potenciada por el
comentario, el señalamiento, la contextualización, el dato biográfico, la
reflexión, la admiración, el conocimiento de la obra y el respeto hacia quienes
hicieron de la palabra y amor a la vida refugio y libertad.
Etty
Hillesum es asesinada el 30 de noviembre de 1943 a los veintinueve años;
Gertrud Kolmar es asesinada los primeros días de marzo de 1943 antes de cumplir
cincuenta años; Irène Némirovsky es asesinada en julio de 1942 a los treinta y
nueve años de edad. Todas deportadas a Auschwitz. Todas escritoras con un
futuro truncado, arrebatado pero no acallado por la barbarie monstruosa de las
ideologías. Hillesum estaría un período en el campo de tránsito holandés (y
quizás —hasta ahora no es sabido— Etty pudo haberse encontrado con otra
diarista llamada Anna Frank) gestionado por judíos en Westerbork, Holanda. Una
de esas aberraciones del nazismo: hacer que los propios judíos colaboraran con
el orden impuesto por ellos en los países ocupados. Estas tres mujeres y otros
tantos supervivientes o víctimas mortales del Holocausto de los que Monmany
hace un repaso más que elocuente, se toparon con la dificultad infranqueable de
nombrar lo indecible, de utilizar palabras para lo inefable. De alguna manera
se acercaron al límite de lo humano, se asomaron al abismo del alma, al oscuro
abismo del alma, y lograron fortalecer su existencia y vencer —si tal noción
puede ser aceptada— el Mal absoluto.
He
aquí que los vínculos con el exterminio comunista se hacen claros. Se echa de
menos el acompañamiento de Monmany en Vestidas para un
baile en la nieve (Galaxia Gutenberg, 2017) de Monika Zgustova, sin embargo
hay que hacer una salvedad: los testimonios de esta investigación sobre las
mujeres en el Gulag soviético fueron recogidos en vida de las víctimas y el
margen para intervenir los relatos se reduce ante la imponente e irrefrenable
voz de las entrevistadas. Zgustova deja hablar. Escuchar es una manera de
honrar a quien sobrevivió a las peores
vilezas. En ambos libros la atrocidad está en pugna con la fortaleza de espíritu
de estas mujeres maravilladas por el milagro de la vida aun en las más abyectas
circunstancias. Es conmovedor que la literatura, la poesía, la palabra hayan
sido la esperanza de estas y muchas de las víctimas del Mal formalizado en las
ingenierías sociales que solo traen devastación, hambre, miseria,
persecuciones, torturas, sufrimientos y muertes.
La
palabra y la memoria ante los verdugos
"Tengo
que fraguar una nueva lengua para los acontecimientos y retenerla dentro de mí,
para cuando ya no tenga oportunidad de escribir nada [...] Tal vez logre alguna
vez, mucho más adelante, encontrar un espacio tranquilo que sólo me pertenezca
a mí y en el que pueda estar mucho tiempo, aunque dure años, hasta que la vida
bulla de nuevo en mí y hasta que las palabras vengan a mí, para dar fe de
aquello sobre lo que habrá que dar testimonio." Escribe Hillesum en su
diario en 1942. Y ese testimonio trascendería a su propia contingencia. Cada
palabra que diera cuenta del impulso vital sería más poderosa que las ordenes
dadas y cumplidas por la zahúrda nazi. Con la misma intensidad vital Kolmar y Némirovsky
podrán dar fe de cómo las sociedades pueden verse arrastradas por aguas pútridas
que se estacan en lo más íntimo de cada quien antes de desbordarse e inundar
todo a su alrededor.
La
poeta Kolmar y la novelista Némirovsky ya eran reconocidas por sus talentos
literarios. Mundos (Acantilado, 2005) es un
libro de poemas de extraña belleza donde hay dolor, mucho dolor ante lo perdido
y hermosura reconocida en la naturaleza. Esta extraña fascinación por el mundo
natural vinculado a estados intensos del alma en Kolmar hace que su figura sea
de una fragilidad desconcertante ante la barbarie que estaba por vivir.
"Dame tu mano, tu querida mano, y ven conmigo, / pues queremos alejarnos
de los hombres. / Son mezquinos, ruines, y su mezquina ruindad nos odia / y
mortifica [...] así que huyamos [...] con los animales del bosque que no
murmuran." Un rincón del Berlín nazi será el jardín de las maravillas de
esta poeta de misteriosa delicadeza. No habrá verso de Kolmer que no sea
justamente un agravio a la fealdad que puede generar el ser humano.
Quien
haya leído la estremecedora Suite francesa
(Salamandra, 2005) experimentará la lenta progresión de la decadencia de un país
ocupado por fuerzas malignas, una sociedad que quizás fue vencida por el antisemitismo,
un odio mayor que no pudo ser superado por el amor propio. La historia de ese
manuscrito que estuvo resguardado e ignorado por décadas en una maleta y que Némirovsky
dio a sus hijas antes de ser capturada en París y asesinada por los nazis, es
tan sorprendente y dramática como la novela misma. Mercedes Monmany logra
estructurar en torno a ella un relato conmovedor que se lee con el ánimo
sacudido. Y este es uno de los tantos logros de la autora en este ensayo que es
un homenaje a la vulnerabilidad, fragilidad y a la vez fortaleza y voluntad del
ser humano: conjugar la pasión por los libros, por la literatura, por la
lectura, con las vidas al límite de todos aquellos que se atrevieron a escribir
mientras el horror los rodeaba. Entusiasmo, admiración y agradecimiento hacia
todos aquellos que dieron su vida y la vaciaron en literatura, en las páginas
que llenaron de narraciones, vivencias y poemas porque amaban la vida y, para
perplejidad de los lectores, no abrigaron odio hacia sus verdugos.
La
memoria se ha encargado de hacer justicia. Es la memoria la que triunfa sobre
la barbarie. Monmany acompaña a estas mujeres y guía al lector en el antes, el
durante y el después —y es en este último adverbio donde la reivindicación se
concreta, porque ese después será un siempre cada vez que un lector abra las páginas de
sus diarios, poemarios y novelas— expresando más júbilo que tristeza, más gozo
que duelo ante el portento de espíritus libres. Monmany articula, vincula y
ordena una ingente bibliografía que gira una y otra vez sobre estas tres
mujeres como señalando que la literatura es una comunidad que eleva a los
hombres, que los trasciende, que los hace rozar la divinidad, que los acerca a
Dios, que los hace libres y participes de un tiempo que ya no es mera y fatal
contingencia. Leerlas es constatar que vuelven, que siempre vuelven.
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Coda.
Venezuela.
Lo
único que está de parte de los perpetradores de estas masacres ideológicas
revolucionarias es el olvido; es tarea irrenunciable de quienes sobrevivan
recordar, compilar, ordenar y exponer lo sucedido. Todos aquellos que han
participado de la devastación deberán enfrentar un juez implacable; desde los más
altos jerarcas hasta el más infeliz y gris de los funcionarios públicos, ese
que fotocopia un documento, envía un informe, cambia un bombillo en los cubículos
de un ministerio o sirve un cafecito al jefe y supone que no es parte de una
maquinaria trituradora de vidas humanas, tendrá que vérselas con un adversario
peliagudo: la memoria. Nadie sabe cuántos poetas, narradores y ensayistas han
sido torturados y vejados por la bahorrina comunista, ellos están preparando
las páginas de la vergüenza, porque no se podrá seguir adelante impúdicamente.
Mucho de lo que ha sucedido es irreconciliable. Al menos, vergüenza.
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