Stitches. Una infancia muda
A veces las palabras se quedan fuera del hogar. Y cada miembro
de la familia crea para sí (y para el resto) un lenguaje propio para
expresarse. A veces las palabras se ausentan y dejan entrar el ruido de la
desdicha.
David Small nació y creció en Detroit, ciudad industrial, ciudad
de los automóviles. Era conocido en la escuela como "el niño que dibuja
bien". Hasta los veintiún años no se dedicó a su talento. Hasta los
dieciséis años vivió en un hogar cercano a la locura. Su abuela materna y su
madre fueron la encarnación de la insania mental. Ambas están retratadas en Stitches. Una infancia muda (Reservoir Books, 2010) sin alevosía,
sin resentimientos, quizá con cierta condescendencia sobre sí mismo, incapaz a
tan temprana edad (entre los seis y los quince años) de entender la enfermedad
de la madre quien sufría constantes ataques cardíacos y no le funcionaba un
pulmón, y vivía una homosexualidad engavetada; incapaz de entender a un padre
con demasiada fe en el reciente descubrimiento de los rayos X. Pero capaz de
aferrarse a lápiz y papel y echar andar la imaginación que lo salvaría de
aquella infancia pesadillesca, y lo llevaría a ser el reconocido ilustrador que
es hoy. Colaborador asiduo de The
New York Times, The New
Yorker, The Washington Post, Esquire y Playboy,
sus libros han sido traducidos a decena de idiomas.
En Stitches,
David Small narra su infancia a puntadas, como quien sutura
recuerdos que siendo heridas dolorosas estaban destinados a cicatrizar.
David es un niño introspectivo. Le gusta dibujar. Está enamorado
de Alicia, la joven de cabellos rubios que visitó un lugar donde una oruga
pregunta quién eres y un gato —de sonrisa desconcertante— señala la lógica del
destino. Se amarra un pañuelo amarillo alrededor de la cabeza y sale a jugar a
la calle y a los parques intentando dar con un conejo apresurado que lo lleve a
otro mundo.
El padre del pequeño David es doctor, radiólogo; cuando llega a
casa al final de la tarde, baja al sótano y le da puñetazos a una pera de
boxeo, "ese es su
lenguaje", anotará David en la viñeta en la que su padre descarga sus
puños con soberbia. El doctor ha instalado un equipo
radiológico en el sótano de la casa en donde ha tratado los maltrechos senos
paranasales de su hijo con radioterapias imperiosas. La madre de David, es una
mujer huraña, irascible, agresiva, que lanza las puertas de los gabinetes de la
cocina con la furia de los infelices, "ese es su
lenguaje", anotará David en una de las viñetas en la que su madre hace que
las puertas vociferen la cólera. La señora Betty sufre una rara
condición: nació con los órganos invertidos. El corazón está a su diestra.
Donde debería estar solo hay vacío. A veces las ausencias delatan. David tiene
un hermano mayor. Déspota, atolondrado. Con un par de baquetas —extensiones de
sus brazos y vileza— golpea con estruendo los tambores de una batería, "ese es su lenguaje", anotará David en la
viñeta en la que su hermano endemoniado hace un escándalo como para acallar la
maldad.
Mientras, el pequeño David calla y dibuja. Y se enferma. "Ese era mi lenguaje", anota en una viñeta
en la que se dibuja acostado, a oscuras, abrazado a un oso de peluche, luego de una sesión de rayos X. Pocas
palabras, líneas breves para una infancia afásica.
Las continuas sesiones de radiación inocularían en el pequeño
David un tumor que se llevaría por delante cuerdas vocales y lo dejaría mudo
casi por completo. La operación marcaría a lo largo del cuello la cicatriz de
tanta vileza hogareña. La mudez de David se mitigaba con gritos, como si las
contradicciones fuesen la lógica invertida en un hogar que se convirtió en el
país de las pesadillas. La mudez, los gritos, la enfermedad, los secretos, la
locura: puntadas dolorosas que David traduciría en trazos, y que convierten su autobiografía siniestra en poesía
emotiva. Belleza dolorosa.
Muda —que no silenciosa— es esta historia que solo pudo ser
contada a través de la grieta que hay entre la imagen en movimiento
cinematográfica y la imagen de las palabras, como si fuese el hoyo por el cual
Alicia entra a un mundo donde las reglas y normas no son las convencionales. Stitches es una novela gráfica cuyo estilo
austero, de líneas delgadas y gruesas, de dibujos temblorosos como los nervios
de sus personajes, de claroscuros que señalan las pocas luces de una infancia
enfermiza y disfuncional, y las muchas sombras de lo temible, dará cuenta —con
trazos imperfectos como la misma condición humana— de una infancia muda: la del
propio autor. Los trazos de una autobiografía dibujada.
Comentarios
Publicar un comentario