Historia del comunismo
[Para V.G.]
1
Su hermano mayor, Alexandr Ilich Uliánov
fue condenado a muerte por participar en una conspiración para asesinar al zar
Alejandro III en 1887. Durante una revuelta menor en la Universidad de Kazán la
policía lo identifica con el terrorista ejecutado, y es expulsado de la
universidad irremediablemente. Lenin pasaría varios años de vagabundeo y
ociosidad, rumiando un resentimiento cuyos chasquidos aún corroen de saliva
muchas almas.
Hay libros a los que se vuelve
dramáticamente. Libros urgentes cuando la realidad se hace cada vez más
incomprensible y cruel. Historia del comunismo (Mondadori, 2002), del
historiador polaco-norteamericano Richard Pipes, autor de otro libro
fundamental, Propiedad y libertad (Turner FCE, 2002), y el recién publicado La revolución rusa (Debate, 2016), condensa con una
capacidad de síntesis y elocuencia propia de la práctica profesoral y la
investigación acuciosa, el desarrollo de las ideas, causas ideológicas,
económicas, políticas, sociales (y personales) que hicieron posible la
devastadora experiencia del comunismo.
Pipes reconstruye el engranaje cuyo
funcionamiento trituró [vaya tiempo que se hace presente] tantas vidas humanas
que al sumar las cifras las náuseas son incontenibles. Se remonta de manera
introductoria a la Grecia clásica donde nacen las primeras ideas de una
sociedad sin clases (Platón, entre otros), a la Rusia zarista, la aparición de
Lenin, la llegada de Stalin al poder, y a la gestación de la Segunda Guerra
Mundial, la insoslayable participación de esta ideología en su realización,
hasta el desmembramiento del bloque soviético, se detalla con datos, apuntes
bibliográficos, citas de los actores más importantes de estas colectivizaciones
macabras, estadísticas oficiales y extraoficiales, el principio y el fin [de
nuevo, vaya tiempo irónico] del experimento social.
Pero Pipes se concentra en el período en
que con toda la fuerza del Estado se intenta llevar a cabo tal imposibilidad:
entre 1917 y 1991. Desde la revolución bolchevique hasta la elección del primer
presidente electo de la Rusia soberana.
En las páginas iniciales anota: "Este libro es una introducción al
comunismo y, a la vez, su nota necrológica (...)" [me dice un querido
amigo que todo esto "es mucho más complejo". Quizás sea un eufemismo
para evitar que tantos cadáveres sean el colofón de la bienintencionada
realización de la igualdad, la libertad, el hombre nuevo, y principalmente la
desaparición de la propiedad privada y el capitalismo. Instancias, estas dos
últimas, que parecen suficientes para hacer del mundo un camposanto].
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Pipes parte de una gran contradicción que
resolverá de forma prístina: la Revolución no se hizo en los países que según
Marx reunían las condiciones irreversibles para el estallido social, avanzar a
la fase siguiente del capitalismo, instaurar el estado socialista-comunista, y
fin: todos a disfrutar del Paraíso terrenal. La Revolución no se dio en los
países industrializados, con un sistema de producción capitalista de avanzada y
una clase obrera identificable. Ni en Inglaterra, ni en Alemania. Los obreros y
patronos se adaptaron al sistema sacando todo el beneficio posible de su
relación; y los Estados promovieron leyes que formalizaran los beneficios. No,
la Revolución estalló en los países pre-industriales, agrícolas, con profundas
deficiencias del aparato político nacional. Se dio en Rusia, China, Corea del
Norte, Camboya [la experiencia de la instauración del comunismo en este país
rebasa toda voluntad de entendimiento, el rezo laico de mi buen amigo ante este
caso no queda excluido de una gramática humana], Etiopía, Cuba, y se intentó
exportar a Latinoamérica.
Anota Pipes: "Marx y Engels
formularon una doctrina enmarcada en el «socialismo científico», que afirmaba
que el ideal de una sociedad sin propiedad e igualitaria era algo que no solo
debería suceder, sino que, en virtud de la evolución natural de la economía,
tenía que ocurrir." [Mi amigo me comenta que "eso es mucho más
complejo". Como Marx se equivocó en el pronóstico, ¿por qué no tomar a los
hombres por el cuello y hacer que la Historia sea?]. La Revolución
necesita de la guerra y debe ser mundial, para que pueda ser civil, Lenin dixit.
El marxismo, y su hermano díscolo el
bolchevismo, no es ni más ni menos que un dogma disfrazado [como los fantasmas
cuando se le abren dos orificios a una sábana] de ciencia, comenta Pipes. Y
cita a Marx cuando se refería a la crítica de que era objeto su teoría:
"no es un bisturí, sino un arma. Su objeto es el enemigo, a quien no
pretende refutar, sino destruir." Resulta que la teoría marxista sí
entraña la destrucción: el objetivo principal de esa destrucción es la
propiedad privada. Y todo aquel que se detenga a reflexionar —dudar siquiera—
sobre esta verdad revelada no quiere ser liberado, es contrarrevolucionario,
enemigo. ["Eso es mucho más complejo", repite mi amigo ese mantra
como quien desea explicarme qué fue realmente lo que pasó, cómo fue que en la
aplicación de la teoría fallaron, como si hubiese sido un equívoco, un
malentendido]. Pipes, al revisar la aplicación del comunismo por los chinos,
asevera que llegaron un poco más lejos que los rusos en la convicción de
moldear intelectual, moral y espiritualmente a sus compatriotas. Entre los
rusos se contaban un chiste de esos que exponen a estos sistemas de utilería
política, de hechicería verbal (sin dejar de ser sangrientos) sobre un nuevo
prisionero que llegaba a los campos de trabajos forzados y se le preguntaba
cuántos años debía cumplir:
—Veinticinco años.
—¿Y por qué?
—Por nada.
—¡Imposible! —le respondían—. ¡Por nada solo te caen diez
años!
Un Chino revolucionario no podría
concebir tal muestra de ironía, porque los hombres subordinarían no solo los
aspectos materiales (económicos) de la realidad, sino que crearían "un
nuevo cielo y una nueva tierra para todos", moldearían el espíritu de los
tiempos. La ironía no tiene lugar en el paraíso. La hambruna costaría la vida
de 30 millones de chinos. Nunca vieron ni cielo ni tierra nueva. [Comienzo a
creer que en la complejidad se esconde una luz que irradia sobre los hechos un
poder que desmiente la atrocidad. No dudo de que sea mucho más complejo, pero
siento que en esa muletilla hay una resistencia a ver los vínculos esenciales
entre las ideas defendidas y los resultados obtenidos.] Justo después de que
Lenin mandara a "colgad sin falta, que la gente lo vea a no menos
de cien kulaks conocidos, hombres ricos, sanguijuelas" quiso aplicar la
Nueva Política Económica (NEP) para intentar solventar los problemas que la
misma imposición del comunismo había causado. Tarde. Anota Pipes que "esas
concesiones llegaron demasiado tarde para evitar una espantosa hambruna, la
peor sufrida hasta entonces por un país europeo (...) 5,2 millones de
vidas." Y todavía no estaba al mando de ese experimento malsano, aquel del
bigote poblado, Stalin.
3
Hacia comienzos de 1922 la salud de Lenin
comienza a deteriorarse y su ánimo albergaba la sensación de fracaso. Según
Pipes, la molestia se dirigía a compañeros y al mismo pueblo ruso "por no
haber estado a la altura de las circunstancias". Nada lo podía satisfacer
como buscar y acabar con los enemigos. Uno de los blancos fue la Iglesia
ortodoxa. La Rusia soviética estaba hundida en la hambruna, Lenin envió un
memorando al Politburó:
Es
precisamente ahora, y solo ahora, mientras en las regiones hambrientas la gente
está comiendo carne humana y centenares, sino miles, de cadáveres invaden las
calles, cuando podemos (y, por tanto, debemos) llevar a cabo la confiscación de
los bienes de la Iglesia con la más salvaje y despiadada energía [...] con el
fin de procurarnos un fondo de varios cientos de millones de rublos de oro.
Asegura el historiador que los bienes
solventaron las necesidades del Estado soviético. El pueblo siguió pasando
hambre. [Mi buen amigo agita la cabeza de lado a lado mientras repite "eso
es mucho más complejo", y me supera, porque todo intento de explicar lo
que el hombre ha hecho al hombre en nombre de la ideología quiebra el espíritu.
Por más que podamos rastrear desde Descartes y Lutero hasta nuestros días la
crisis de la modernidad —ella misma es crisis— y el prometéico impulso del
hombre por erigirse amo y señor de la naturaleza, me supera todo intento de
entendimiento, quizás lo que repite mi amigo es la negación, y alivia, porque
solo queda actuar, sin el por qué solo queda el cómo, al decir
"eso es mucho más complejo" delata el abandono por la búsqueda de
sentido, y solo importan las causas efectivas, siento que somos capaces de
repetirlo una y otra vez, mientras aguas oscuras corroen el alma de toda una
nación.]
Llegaría Stalin como el heredero natural
de Lenin. Señalar la furia y el delirio con que "el padrecito"
continuó con el legado de su antecesor es un ejercicio que exige coraje. La
locura sería tal que Stalin haría posible que un período del régimen del Estado
soviético se le conociera como la época del Gran Terror (1936-1938). A su
muerte en 1953 el Estado soviético comenzaría a desfallecer. Cuando Nikita
Jruschov reveló algunos crímenes cometidos por orden de Stalin contra la propia
nomenclatura comunista la suerte ya estaba echada desnudando el delirio más
grande de la historia del hombre: la teoría marxista es errónea y el Estado
marxista es una máquina de triturar hombres. Desde 1964 y por dieciocho años
Leonid Brézhnev fue el primer secretario del régimen soviético. Durante todos
esos años el atraso industrial y tecnológico con respecto a los países
occidentales fue dramático. Señala Pipes que una vez desaparecido el temor a
los castigos los trabajadores no tenían motivos para esforzarse, decían refiriéndose
a los gobernantes "ellos hacen como que nos pagan y nosotros hacemos como
que trabajamos."
Richard Pipes señala un aspecto de una
importancia vital al que nombra como "legado psíquico del comunismo"
y que ha trascendido al propio comunismo: "Mentir se convirtió en un medio
de supervivencia, y de mentir a estafar no había más que un pequeño paso. La
ética social, que hace posible la existencia de una sociedad civil, se hizo
añicos, y un régimen que pretendía que todo el mundo sacrificara sus ventajas privadas
en aras del bien común acabó en una situación en la que cada uno cuidaba
únicamente de sí mismo porque no podía contar con nadie más."
Historia del comunismo, de Richard Pipes, es una investigación
clara, precisa, que se presenta irrefutable, que documenta "la mayor
fantasía del siglo XX" en palabras de Kolakowski, y sustenta con datos y
hechos que no son opiniones, son datos y hechos, que la Historia tomó otro
rumbo, que el propio devenir ha corroborado que el experimento comunista fue
una tomadura de pelo horrorosa. ["Eso es mucho más complejo" diría mi
querido amigo, y ahí, en la profundidad de una psique cuya realidad se le viene
encima como un deslave, es donde comienzo a ver las complejidades]. Entre aquel
joven expulsado de la universidad que rumia su resentimiento y el primer
presidente electo de la Rusia soberana no hay páginas para tantos muertos.
Durante un viaje a los Estados Unidos de Norteamérica en 1989, ante el anaquel
de un supermercado en Houston donde la abundancia de alimentos lo abruma, Boris
Yeltsin se preguntó en voz alta [y creo que mi amigo también lo haría]:
"¿Qué han hecho con nuestro pobre pueblo?".
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