Leer contra la nada
Cuenta Jacques Bonnet en un libro hermoso, Bibliotecas
llenas de fantasmas (Anagrama, 2012) que de camino
al patíbulo un
joven llevaba un libro en las manos, eran los tiempos del terror revolucionario
francés y, cuando estaban por bajarlo de la carreta para subirlo al cadalso, el
condenado dejó el libro marcado en la página que estaba leyendo. Esa suspensión
del tiempo ordinario tan poderosa solo es posible durante la lectura. Y es que
leer un libro puede vencer a la muerte que, a dentelladas, avanza junto al
tiempo.
Y es lo que se siente al leer otro libro que le rinde
tributo a la lectura: Leer contra la nada (Siruela, 2017) del profesor
de literatura de la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Basanta. Por sus
bellas páginas, editadas con un cuidado delicado y atento a los detalles, brota
el amor a las palabras, a la experiencia de leer, a la imaginación que se
potencia cuando se es parte de la vida de seres extraordinarios o anodinos que
el talento de un escritor convierte en excepcionales y que el lector, por su
parte, les insufla vida cada vez que los visita, en una suerte de eternidad
gozosa que solo se da en esa conjunción. Basanta se maravilla ante lo que
sucede con el cerebro cuando está atento a las líneas y párrafos
(to pay attention dicen los ingleses; el profesor sabe que prestar
atención es más que eso, en español se entenderá que “la atención no se regala,
se concede a condición de encontrar sentido a nuestro esfuerzo; de ser
secundado por un ejercicio de descubrimiento.”) y cómo los circuitos neuronales
se encienden en prácticamente todo el cerebro a diferencia de lo que sucede con
la música o ver televisión.
He allí una palabra que vaga huérfana
desde hace mucho tiempo. Sentido. El propósito de las acciones del hombre. Este
libro se puede leer como una exclamación de sentido. De cómo la palabra es y hace
al hombre y de cómo éste al reconocerlo, se deslumbra ante el misterio que
encierra su ordenamiento. Basana da cuenta de cómo el lenguaje único del ser humano
ha sido constitutivo a su vida, de cómo la palabra nombra al mundo y nombra al
hombre en él para dicha de quienes pueden reconocer Belleza. El mundo es
palabra y en consecuencia también lo es el hombre.
La lectura se constituye en la lectura del mundo. El
logos. El orden. Basanta rastrea las distintas acepciones de legere y lo que implican cada una de
ellas y están contenidas en una misma acción, la de leer: comprender, cosechar,
tejer, surcar, elegir, transformar, asimilar, compartir. La lectura comprende
todos esos significados y conmueve cómo el profesor los vincula, conjuga,
expande y enmarca. Es especialmente hermosa la ruta etimológica que sigue la
raíz de legere, lego, hasta hacer de los lectores reco-lectores: “La
primera acepción de lego alude a la relación del hombre
con la tierra. Tiene que ver con lo agrícola, con lo campesino. Legere significa recoger, cosechar lo
sembrado con anterioridad… ¿Y qué somos los lectores sino permanentes
reco-lectores de la sementera de la autoría, de la siembre de lo escrito?”.
Este breve recorrido por una pasión personal la
expande Basanta hasta lo universal. De tintes autobiográficos, desde que pudo
vencer la dislexia hasta considerar la lectura como un acto de invitación a la
sociedad a pensar. No hay actividad donde el ser humano no sea más sí mismo y
al mismo tiempo muchos otros. Leer es un acto de libertad. Y solo es posible
leer si la palabra invita a comprender el mundo en su inescrutable misterio. De
la palabra el pensamiento. La precariedad del mundo es la precariedad del
lenguaje que lo nombra. La abundancia del mundo será la abundancia de las
palabras para referirlo, significarlo. El empobrecimiento del lenguaje es la
muerte del espíritu, acerca al hombre a sus apetitos e instintos hasta que no
pueda diferenciarse de otras criaturas. El lenguaje lo humaniza. Una sociedad
embrutecida por la uniformidad del mundo que nombra sin matices, diferencias,
sin riqueza expresiva, una sociedad que aplana su vocabulario, es una sociedad
fácilmente manipulable, acrítica, sumisa; no necesariamente
una sociedad lectora será mejor o peor en términos de bondad o maldad, pero sí más
atenta a los peligros de los monstruos externos (ideologías) e internos: el
envilecimiento, la codicia, la envidia, el resentimiento. Quizás, más moderada, humilde ante el
cosmos. El sentido, el propósito quizás sea la propia de búsqueda de uno. En
estos términos el sentido no agota al mundo ni al hombre. Leer es intentar
conocerse. En el intento, al menos, se tendrán las manos y la mente ocupadas,
mientras, la maldad estará de prórroga. Y la lectura no consumirá, no vaciará,
no secará al mundo. Esa es la pretensión del mal. La lectura vincula, une,
acerca, abriga. El mal separa, rompe y fractura, por eso es diabólico,
contrario a lo simbólico.
Leer es una forma de vida. Un acto solitario en el que
nunca se está tan acompañado. Leer es un ejercicio de humildad. Leer es la
oportunidad de ser otro, de ponerse en los zapatos de otros. Leer, en sí mismo
es el sentido y a veces, solo a veces, el lector puede olvidarse del paso del
tiempo, del avance de la muerte, del vacío, de la nada.
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