Populismo
Pasar de puntillas haciendo cabriolas teóricas o cuando la
izquierda piensa
La
razón populista. Tal noción es la que intenta articular el profesor de Historia
de la Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Villacañas.
La finalidad es señalar el cuerpo teórico —si es que lo tiene— y la
constitución propia de lo que parece ser una fuerza política que viene a ser
protagonista del naciente siglo XXI. En Populismo
(La Huerta Grande, 2015) se quiere dar una discusión que no sea solo
advertencia sino ahondamiento en lo que hace posible la emergencia de este movimiento.
Villacañas
no duda en hacer ver que es el neoliberalismo el que trae como consecuencia
esta insurgencia política, o el que hace posible las circunstancias propicias
para que surja el populismo. Lo que no sabemos es si se trata del populismo
español o latinoamericano o europeo. Si es el debilitamiento de las
instituciones lo que insta a una mudanza de las demandas sociales hacia el
reclamo como grito general del que se apropia el populismo —que no tiene por
qué necesariamente ser mitigado— en un nuevo orden político, entonces el
terreno ya está abonado.
Falta
el líder carismático que encarne la suma de las demandas y las convierta en un
reclamo permanente incondicional, a decir, que aglutine a lo que se llama pueblo, categoría maleable, inestable,
elástica. Fuera de las instituciones, que se constituyen en engranaje de las
fuerzas capitalistas corruptas, lo que queda es pueblo. Disperso, disgregado, desatendido, excluido, y quizás
también indignado e iracundo. Palabras mágicas que el populismo puede reunir
para combatir el orden impuesto por, ya no las instituciones, sino la casta.
Villacañas quizá acierta en señalar que es el dinero (como ya había escrito
Georg Simmel, tiene un atributo de Dios: une contrarios) el referente que borre
las diferencias en las sociedades en crisis, por eso el llamado a su
redistribución. No queda claro si Villacañas ha escrito un libro sobre el
populismo, sobre Podemos, a favor del populismo, en contra, si es una
advertencia, o un anuncio, o un panfleto de retórica izquierdista y académica
que puede llevar al hartazgo a cualquier lector que padezca las ruindades de lo
que ahora se ha dado por llamar populismo: totalitarismo. Del signo ideológico
que sea.
Populismo insta a desmontar la tesis de Loris
Zanatta (por cierto, a quien considera una autora cuando es un historiador del
populismo italiano y latinoamericano, gazapo menor pero que chirría) indicando
principalmente que la soberanía no reside en el pueblo sino en la nación, y
lleva razón. Pero estos matices, y los sucesivos a lo largo del breve ensayo,
insisten en el malabarismo retórico-teórico capaz de hacer creer que estamos
ante un movimiento insurreccional con sustancia. Y es que el autor, de estilo
serpenteante, tendencioso, intenta pasar de puntillas por lo que no admite
deslinde: la izquierda es populista y el populismo es medio-para.
Quien crea como Laclau o Mouffe que teorizar una y otra vez sobre la necesidad
de transformarlo todo puede desembocar en un des-orden que por fin cumpla,
satisfaga o mitigue los reclamos de una sociedad en crisis, que se dé una
vuelta por Venezuela. El populismo, del signo que sea, es el sinécdoque de los
totalitarismos. Villacañas supone que cuando una reforma de la república deje
de promover "políticos obedientes a los dictados de los grandes centros
mundiales de gobernanza económica", se le podría dar sentido al Estado.
Como si el populismo pudiese ser una destilería ética.
El
populismo no es una forma de gobierno, es pura contingencia, solo crisis, y en
sus entrañas indigestas (aunque Villacañas lo considera substanciado de vacío) solo
lleva el Mal. Que sigue siendo el gran ausente de estas cabriolas retóricas de
la izquierda para no mojarse los pies cuando ve que sus ideas causan los estragos
suficientes como para que se les sugiera prohibirse a sí mismos a los grupos
políticos que una y otra vez, con la insistencia de la hez ideológica, quieren
un mundo mejor para todos. El profesor Villacañas, quien sin duda conoce de
arriba-abajo los conceptos filosóficos y políticos que cuestiona y propone,
parece señalar el sentido del populismo y a su vez propone sus diques de
contención. En esa estamos. Me ha dejado la sensación de sofismas en los dedos.
Si de algo hay que cuidarse es del neocomunismo (el mismo de siempre) que, como
a una fiesta de Halloween cada año logra —con la chapucería debida— estar
invitado y asistir con un disfraz nuevo a la borrachera de querer acabar con
todo para una vez en el poder, no detenerse, y seguir su lucha interminable.
Quizás por eso es que se hacen llamar siempre movimiento.
El antídoto del alambicado Populismo, de José
Luis Villacañas es Contra el populismo, de
José María Lassalle, quien desde el título no se anda con la sinuosidad y
ambigüedades de los solapados.
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