Para que no te pierdas en el barrio




Como un reloj de arena. Así podría verse la narrativa de Modiano. Sus personajes descansan inmóviles en el fondo y el escritor los agita al darle vuelta al reloj. Los granos de arena caen por el ducto y se entremezclan de nuevo, y esperan que el tiempo vuelva a suceder. El tiempo se segmenta, se hace físico en la estrechez del cuello del reloj y desemboca para ser de nuevo unidad. Como la narrativa de Modiano, la cápsula del reloj de arena mide un tiempo reducido pero en el que se cuenta todo el tiempo del mundo, los bulbos contienen la elipsis como las páginas de los libros de Modiano.

En Para que no te pierdas en el barrio (Anagrama, 2015) el viejo y huraño escritor Jean Daragane recibe una llamada telefónica: un extraño ha hallado su libreta de direcciones y quiere devolvérsela. Daragane accede con reticencia. Esa libreta no significa mucho para él, los nombres que contiene no los recuerda y no tiene interés en recobrarla. La perdió en el tren durante un viaje a la Costa Azul. Daragane sospecha del hombre desde el instante en que le escucha al otro lado del auricular. Esa llamada es el inicio de una pesquisa detectivesca (al estilo monadiano) por los recovecos de París y de la memoria. Como si transitar por las calles y callejuelas fuese un recorrido por la fragmentaria y caprichosa madeja de recuerdos adormecidos.

Daragane cita al hombre en un café porque no quiere que se acerque a su piso, en realidad quiere que el encuentro sea rápido, sin prolegómenos. Gilles Ottlini llega a la cita acompañado de una joven misteriosa (todo es misterioso en las novelas del francés), Chantal Grippay, de quien más adelante sabrá que se ha cambiado el nombre. Todo en esta historia es un eco, una sombra de lo que parece ser. Cada personaje es el recodo de otro que significó algo importante en la niñez del autor de La negrura del verano. Una primera novela que contiene un nombre clave para que la pesquisa al pasado eche a andar. Y el principal misterio es el propio escritor Jean Daragane.

La primera línea de la novela dice "Poca cosa. Como la picadura de un insecto, que al principio nos parece benigna." Poca cosa es aquella llamada, poca cosa es que alguien haya encontrado su libreta de direcciones y quiera regresársela. Poca cosa es el nombre de un personaje de aquella primera novela que se repite en la libreta de direcciones y que a Gilles Ottlini le interesa. En apariencia. No podrá recoger lo que desovillará ese encuentro: la consecución de recuerdos que lo retrotraerán a una infancia que creía enterrada, olvidada. Una infancia en la que los adultos que lo rodeaban quisieron escapar de algo, de alguien, de una amenaza que apenas se presiente, de un asesinato, de una muerte, de la cárcel, amenaza que logró frustrar la salvación. Daragane, niño, recorrió las calles de varios barrios de París y, de mano en mano, fue conociendo a unos personajes que tramaban la huida, el escondite, la fuga; pero todo recuerdo es confuso, pugna con la necesidad de olvido, y las pistas para que surja de la neblina que lo empaña, son azarosas y se muestran solo a quien insiste en verlas, en ir a su encuentro. Daragane se dejará llevar por esas pistas que están a la espera de que sean identificadas: la ciudad, sus calles, sus casas, cafés, restaurantes, estaciones de tren, vagones, puertas, ventanas, pisos, autos, habitantes... La memoria hará el resto. Precariamente, pero lo hará, como señala el narrador en algún momento: "(...) Era como si éste fuera a revelarle el secreto de sus orígenes, todos esos años del comienzo de la vida que se nos han olvidado, con la excepción de un detalle que, a veces, sale a flote desde las profundidades, una calle que cubre una bóveda de hojas, un perfume, un nombre familiar, pero que ya no sabemos a quién pertenecía (...)" La narración de Modiano hace sinuosa la trama. Es difícil seguir cada pista, cada nombre está vinculado a quien fue cuando niño y cuando joven, los hechos —que son los propios recuerdos— se concatenan aparentemente de una manera caótica, pero están atados por una subyacente sucesión de lazos que traza una ruta, que tanto el lector como el propio Daragane, no logra dilucidar con claridad. 


El territorio de Para que no te pierdas en el barrio, es el acostumbrado París mediato a la postguerra, los recuerdos que van surgiendo como las calles, casas y personajes que se cruzan con Daragane, parecen estar sujetos a un poder que los cubre, se siente lejano pero quizás sea invencible. El nombre de una mujer, Annie Astrand y de una casa, La Maladrerie, serán los puntos más sólidos de esta trama negra en donde nada se resuelve. Daragane podría ser un superviviente de la persecución nazi, pero esto son solo conjeturas de un lector aficionado, esa casa mucho antes de los sucesos narrados fue lazareto (lugar de los marginados, de los excluidos, de los rechazados; lugar también de la reclusión vergonzosa por padecer una condición inapelable, suficiente para que la maldad —que se siente lejana pero envolvente— en esta novela, eche a andar sus mecanismos destructivos, silenciosos, velados; engranajes que sin la delación se verían atascados), y cuando Daragane la visitaba y fue dejado por su madre bajo el cuidado de una mujer, intentaron huir con pasaportes falsos, nombres falsos, y quizás recuerdos falsos. Daragane, niño, lleva consigo un papel en el que tiene anotada la dirección de aquella casa, y las palabras que le dan título a esta novela, como si fuese la advertencia de que lo que se ha querido olvidar puede conducir, en su desmemoria, a negar el pasado.

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