El espíritu de la ilustración
I
Todorov
se pregunta al iniciar este ensayo sobre cuáles bases intelectuales y morales
fundar la vida en común. Si bien no hay respuesta que agote esta apremiante
inquietud en tiempos donde parece ser que todo ha muerto,
que lo único permanente es lo impermanente,
por supuesto que hay ensayos para dar con esos fundamentos. La historia de la
filosofía —aunque muchos lo desestimen— no ha sido en vano. El peligro cuando
la incertidumbre es la norma es que la nostalgia por un absoluto puede conducir
a los impulsos totalitarios, a crear verdades artificiales que por consenso y
fuerza se constituyan en aquellos fundamentos, y asumir que de esas
"verdades" se pueda deducir el bien.
En
El espíritu de la Ilustración (Galaxia
Gutenberg, 2008) el filósofo búlgaro intenta rescatar los principios que
hicieron posible la Ilustración: autonomía, laicismo, verdad, humanidad y universalidad,
y en un vaivén atento a los cambios históricos
durante tres siglos, señalar las posibilidades de ver en aquellos un marco
sobre el cual repensar los tiempos presentes. No hay sorpresas: se echa mano de
la prosapia del pensamiento. Todorov bien lo sabe, pareciera que siempre se
desemboca en Kant: "Obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu
persona como en la persona de cualquier otro siempre a la vez como fin, nunca
meramente como medio." La tradición es constitutiva del ser humano, señala
Todorov, pero sabemos que se le recuerda cuando el mundo se cae a pedazos,
reconociendo que su legitimidad es frágil ante la estulticia de los hombres.
II
El
racionalismo ilustrado, cierto escepticismo cultivado, ve en el temible siglo
XX y sus matanzas como políticas de Estado, desviaciones del espíritu que hizo
posible la Ilustración. [Desde una perspectiva que no pretende amilanar, fundar
el mundo desde, para y en el hombre, sobre la Razón, desemboca en las locuras
totalitarias]. Para Todorov, la autonomía del hombre, su emancipación de las
jerarquías religiosas, y sobre todo de la tradición, conlleva tanto beneficios
indiscutibles como peligros que pueden hacerse efectivos de manera cíclica. El
espíritu de la Ilustración con sus declaraciones de derechos humanos
inalienables, la igualdad de todos los hombres, la libertad de pensamiento, la
emancipación no solo ante Dios sino ante el Estado, contiene en sí mismo su
inverso. La tradición es herencia de orden cuya constatación se da en el hecho
de que seguimos siendo civilización. Sin embargo, la fundación de la modernidad
es en sí misma paradójica, porque supone una tradición de ruptura. Se desboca
el hombre prometéico y ahora, autónomo, emancipado, sustituye el orden
precedente y funda uno propio. La revolución es la hija predilecta de la
Ilustración. Las ideologías también son humanistas [y no lo señalo con gusto].
III
El
hombre es desde entonces dueño de sí mismo, amo y señor de la naturaleza. Las
leyes se dictarán por el bienestar de todos. La felicidad individual ya no
acarrea culpas porque además el pecado ya no es delito, el crimen se pagará según
dictan las leyes de los hombres y no las divinas. Lutero y Descartes han
fundado la modernidad. Todorov va dando cuenta de cómo cada principio de la
Ilustración puede desviarse y cómo cada uno de ellos es su propio guardián,
como si la propia Ilustración pudiese verse a sí misma apuntando siempre al
bienestar del hombre [de nuevo la pregunta ¿sobre qué se funda este bienestar
del hombre? Al menos materialmente no tendría mayor discusión, el terreno
peligroso es el de la moral.] La abstracción del hombre es un peligro ante su
singularidad, el universalismo vierte sobre todos los hombres los mismos
derechos, pero tiene pretensión de totalidad; la felicidad es un objetivo, pero
erigir al Estado como su garante y proveedor es una fatalidad; el conocimiento
puede procurar verdades, pero del cientificismo no puede derivarse el bien, así,
verdad y bien pueden —y hasta deben— ser incompatibles; sustraer instancias
morales del conocimiento puede desembocar en ideologías que, humanistas, acaben
con la humanidad. Ciencia sin moral es solo técnica.
IV
Entonces
el espíritu de la Ilustración del que Todorov habla reside en un profundo
convencimiento de que conceptos como progreso, emancipación, libertad
individual, razón, deben estar siempre en revisión, pero no deben descartarse
porque se hayan desviado, sus logros han determinado los cambios que han
conducido a los hombres hasta este siglo XXI que parece sentir nostalgia por un
mundo en que la verdad sea inamovible y severa, como si el pensamiento hubiese
sido derrotado, como si la autonomía se hubiese excedido o diluido en tanto
"yo", como si el universalismo hubiese sucumbido ante la tolerancia
laxa de los biempensantes que encuentran en las maneras más atroces de
violentar a los hombres "expresiones de culturas diferentes que deben ser
respetadas", en la degradación cartesiana que reza "cada cabeza es un
mundo", la soberanía como subterfugio, hasta llegar a sociedades
convencidas de que un buen gobierno es aquel que se preocupa más por su propio
triunfo que por los ciudadanos que terminan por endilgar sus vidas a un poder
oprobioso que les substrae una libertad que parece molestar demasiado.
V
No
hay tantos hombres que supongan su almas libres y decidan gobernarse a sí mismos,
sino calambucos serviles que han creído que autonomía y libertad suponen
autosuficiencia, y han canjeado sus vidas por unos mendrugos, cada vez más
escasos, de pan. [Y es acá donde se echa en falta una ausencia en el ensayo de
Todorov: el Mal. Lo que llama "desvío" podría tener su fundamento en
la maldad genuina y gratuita que también constituye al hombre. Todorov conoce
bien hasta dónde puede llegar la indolencia y la crueldad en nombre de la
humanidad, vivió bajo la bota totalitaria comunista. Más que documentado está cómo
grandes pensadores sucumben ante ideas "humanistas", Todorov, que
siempre se mantuvo en la balanza hacia la izquierda, no pudo desprenderse de
llamar a la libertad desde sus propias creencias —loables, nobles y legítimas— pero
me atrevo a señalar que las izquierdas siempre, luego de que las montañas de
cadáveres cubren el paisaje, se hacen llamar socialdemocrátas o apelan a que
"eso no es ser de izquierdas" —nunca se escucha que los regímenes
comunistas sean de izquierdas, siempre son "farsantes", son
"desviaciones", dejando abierta la badulaque posibilidad de
intentarlo de nuevo—, incapaces de reconocer que el Mal también es constitutivo
en el ser humano y sus ideas no lo mitigan sino que en la mayoría de los casos
lo potencian].
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